Por El Indigente.

Poder ver en pantalla grande, sala de cine grande, en asientos sin numerar y en versión original una película italiana de culto (o sea, no comercial), es en estos tiempos una odisea casi imposible en una ciudad como Madrid que, para más cachondeo, alardea de ser capital paradigma de la oferta cultural (sic). ¿Por qué la oferta cultural en cine que en la actualidad se nos ofrece está en agobiantes salas, normalmente sucias y decrépitos sus asientos con gente tosiendo a tu alrededor o atragantándose con las palomitas (me refiero a las películas europeas en versión original, cada vez con más cursis y ñoñas  comedias francesas o coreanas -donde estará aquel cine alemán!!!!-), o en macro salas con audios e imágenes estridentes digitalizadas por ordenador de escasísimo nivel técnico y cultural y cuyo único aliciente es no escuchar el crujir de mandíbulas con las palomitas?

Aquí hablo del cine Bellas Artes y de la hermosísima película Las Ocho Montañas sobre la amistad entre Bruno y Pietro, que transcurre primero en los veranos durante su infancia y luego en su encuentro en edad adulta; son dos personas diferentes, cada una en su  mundo, pero unidas por un sentimiento común de libertad e independencia, de buscar y encontrar su yo y que es lo que quieren para sí mismos a través del otro, dentro de sus silencios, de su comunicación no verbal; se siente el dolor de cuando se separan y se distancian y su amor y felicidad cuando se rencuentran; es una historia de respeto mutuo, en la que además les une sus sentimientos paterno filiales, los dos están separados del padre por causas diferentes  y buscan en la amistad común al padre que no pudieron disfrutar en plenitud.

 

Pietro es el aventurero, que no está satisfecho con su vida ordinaria y vacía en Turín, esa ruidosa y sucia ciudad, que busca su camino en las montañas, primero durante sus veranos en los Alpes (donde conoce a Bruno de niño), y después en sus largas huidas al Nepal. Bruno solo pretende vivir en soledad voluntaria en la casa de piedra que ha construido con sus propias manos (con la ayuda de Pietro), en los Alpes, allí donde ha nacido, incluso admitiendo la separación y alejamiento  de su pareja y de su hija, a las que no necesita. Y es esa casa de piedra una de las protagonistas de la trama de la película (heredada estando en ruinas  por Prieto como regalo de su padre y reconstruida por Bruno por propia voluntad del padre de Pietro), es en ella en donde crece la amistad y donde ambos amigos se juntan, se unen, se separan, se reencuentran,  se perdonan y se necesitan; expresados sentimientos con una extensión emocional silenciosa, propia de la naturaleza que les rodea y que las imágenes, la música y los paisajes transmiten con gran intensidad.

Es la inmensidad de la naturaleza la otra gran protagonista de la película, con extensos paisajes de los Alpes (glaciar incluido), y del Himalaya, rodados a pie, con cámara en mano, a campo abierto, la que hace más hermosa esta película tan intimista, adornada además por la banda sonora compuesta por el poco conocido cantautor sueco Daniel Nogren y las canciones que componen su disco Alabursy. Y como dicen sus directores, “estar en la montaña significa que tienes que enfrentarte a ti mismo, en un ambiente despiadado y honesto…como rendirnos ante la vida y aceptar la muerte”.

                                                                                                              EL INDIGENTE.