A menudo se critica con dureza a quien no sabe gestionar bien los momentos de frustración, decepción y los exterioriza con comportamientos irracionales, fuera de lo considerado correcto.
El tipo enrabietado que tras años de entrenamiento ve cómo el sueño de su carrera se le escapa por una doble falta y estrella su raqueta contra el suelo. El tipo sin autocontrol que blasfema abiertamente contra una situación que considera injusta. El tipo que no puede evitar mentar a la madre de un árbitro que erra constantemente.
Todos somos ese tipo, todos tenemos algo de él dentro así que ¿Por qué tanto recelo? ¿Por qué tanta vergüenza por la naturaleza humana?
Sí, de acuerdo, no es lo correcto, la naturaleza humana te pide que te rasques tus parte nobles en mitad de un auditorio repleto y dios sabe que reunirás todo el autocontrol posible para evitarlo, sí.
Pero qué pasa con la pasión, qué pasa con los sentimientos, qué pasa con el corazón. Me refiero a situaciones que realmente afectan y afligen el interior de una persona. No estoy hablando de un picor por aquí o aguantarse un pedo por allá, hablo de situaciones que te llevan al límite y que sientes te harán estallar en mil pedazos si no se te permite hacerlas palpables.
«Será energúmeno» «Menudo niñato» «Se ha vuelto loco» «¿Acaso no se da cuenta del ridículo que hace?» «Bla-bla-bla»
Gritos, golpes contra la pared, llantos, insultos tremebundos, explosiones del sentir infatigables.
Mientras tanto, el resto observa con recelo, con una mirada crítica y cínica totalmente ausente de empatía, de comprensión. Una mirada que juzga sin saber, una mirada demasiado ocupada en criticar como para mirarse a sí mismo antes de emitir juicios de valor.
Estoy cansado de las suposiciones de comportamiento perfecto tratándose, el ser humano, de un ente tan jodidamente imperfecto en una sociedad más imperfecta aún si cabe.
Prefiero mil veces al tipo que ante una situación jodida prefiere soltar un «¡Me cago en la puta!» a vivir amargado conteniendo toda esa rabia e insatisfacción bajo el manto de lo políticamente correcto.
Prefiero a un desgraciado que rompe a llorar y se agarra una cogorza cuando le rompen el corazón a uno que dice «bueno, son cosas que pasan«.
Con este texto no busco otra cosa sino esgrimir una defensa por los estallidos, por las rabietas, por los gritos, tan duramente juzgados e incomprendidas a lo largo de la historia.
By Juan Girón