Por El Indigente

El argumento de esta tremenda película, que ganó el gran premio del Jurado en el Festival de Venecia de 2020, es lo de menos, pues toda ella está rodada y ambientada en un clima y atmósfera agobiantes, rozando el horror, que no se ve pero se siente, se escucha y te mantiene durante toda la proyección en un profundo y permanente estado de atención, propio de las buenas películas.

El plano-secuencia largo y con una delicada cadencia con que se rueda la celebración de la boda de la hija de una gran familia de ricos, con personajes limpios, arreglados, enjoyados y de rasgos europeos, en su mansión burguesa, que es asaltada con la llegada de unos indígenas, maquillados con pinturas de guerra y armados con pistolas, a los que se unen los propios sirvientes y otros invitados infiltrados en la boda, compone el inicio de ese glosario de terror, unido a las manifestaciones que transcurren en las calles, en aparente golpe de estado, en el que no se sabe muy bien quien lo provoca, hasta la secuencia final (incluye spoilers) que cierra la película con acordes de himno de trompeta militar y fundido en negro.

El soporte central de la trama (según ha reconocido el propio director), empieza antes, cuando a la boda llega un antiguo empleado de la familia pidiendo dinero, más bien mendigándolo o implorándolo, a la madre de la novia, para la intervención quirúrgica a vida o muerte de su esposa enferma, que se va a convertir en el personaje nuclear, pues se trata de la niñera que había criado en el pasado a los hijos. Se inician aquí una serie de acciones, desplantes, reproches, en los que con falsa educación uno tras otro (la madre, el padre, el hermano de la novia), van negando la ayuda, en lo que marca el inicio de la trama de las diferencias sociales, del conflicto social que en ese momento ya está en las calles representado por la sublevación de los indígenas y las cargas policiales. Solo la novia intenta la ayuda implorada y ahí comienza su propio calvario, al acudir con el chofer a la casa de su antigua niñera, a la que encuentra postrada en la cama y abraza (en uno de los pocos momentos de amor sincero de la película), pero que de inmediato es secuestrada por un comando militar y ya en el furgón en el que la trasladan al que va a ser su infierno, la hacen desprenderse de sus joyas y pertenencias.

 

Aquí empiezan las dudas sobre quién o quiénes provocan el conflicto, adentrándonos en las entrañas de esa tensión que existe desde siglos, ese desequilibrio de poder, patrones despiadados frente a servidores resentidos, la antinomia colonización imperialista versus esclavitud, la población indígena contra la élite blanca, en un retablo violento, a las antípodas de la tradicional lucha de clases característica de otras Revoluciones, lo que aleja la película del calificativo de distopía, por ser un fresco muy acorde con la realidad actual de muchos países, como ha reconocido el director y guionista mexicano, Michel Franco.

Y entonces aparece la institución militar, como ficticias fuerzas del orden, que en principio no se sabe si forman parte de un golpe de estado (aunque lo aparenta el toque de queda que se instaura en las calles) o a quien defienden o representan, o cual es su verdadera misión cuando arrestan (más bien secuestran) y encierran en unas jaulas o celdas, dentro de en una especie de campo de concentración amurallado, a todas las personas que encuentran a su paso y a las que tratan como si estuviéramos en el Holocausto (presos numerados en la frente, rociados con mangueras, violados, ejecutados e incinerados). Y entre esos presos está la novia, hija de la familia adinerada, retenida hasta que se pague por su rescate.

La película nos ofrece una deliberadamente imprecisa lectura ideológica, con distintos dilemas morales, pero lo que parece quedar claro, con las secuencias finales, es que el viejo orden es suprimido y sustituido por un Estado militarizado, el Nuevo Orden, aún más opresor e inhumano.

Cartel de Nuevo Orden, de Michael Franco

nuevo orden 1