No sé si es que todo el mundo sale así de este lugar, o que a mí se me juntaron varios factores muy positivos, pero a pesar de estar introduciéndome poco a poco en el maravilloso mundo de los festivales, he salido con un sabor de boca alucinante. Y puede que eso me traiga más de un problema en el futuro, porque este último Optimus Alive -a partir de la siguiente edición pasará a llamarse Nos Alive- ha dejado el listón por las nubes. Un cartel buenísimo, lleno de grandes promesas y enormes grupos consolidados, repartidos en seis escenarios (he de decir que yo sólo me moví por los tres más importantes); un recinto con unos baños descomunales para no perder tiempo; unos precios menos desorbitados que en otros festivales y un ambiente genial.
Aunque no sea algo obligatorio cuando pasas estos tres días en Lisboa, merece una mención especial el camping. Madre mía, qué camping. Cuando lleve más festivales a mis espaldas lo sabré con más exactitud, pero creo poder afirmar que es uno de los mejores campings para pasar unas jornadas musicales de tamaña magnitud. Sombra por doquier, duchas y baños repartidos estratégicamente y para los que -¡oh, milagro!- no había que esperar prácticamente nada, fuentes con agua fresca disponibles para todos, una piscina donde poder pasar las horas de más calor y espacio abundante para sentirte cómodo y sin presiones vecinales. Un gustazo lo mires por donde lo mires, vaya.
Lo malo del Optimus es que estás tan agustito tomándote una sangría fresquita a la sombra de los árboles de tu campamento, y cuando quieres darte cuenta ya es la hora de tirar para el recinto. Pero cuando llegas allí no quieres volver a salir. Así de feliz estaba.
Y así fue como empezó mi primer día allí, el jueves que esperaba con tanta ansia. La primera visita obligada eran mis protegidos Temples, en el escenario Heineken. Era la segunda vez que los veía, después del Primavera Sound, y se notaba que la gente no estaba ahí simplemente para echar un vistazo a ver qué se cocía, cosa que creo provocó que los ingleses se entregasen un poco más al público, aunque no destaquen precisamente por su alegría y alboroto. Pero a mí me tienen enamorada hasta las trancas con su toque sesentero, y ejecutaron los temazos (porque son todo temazos) de su disco a la perfección.
Después de un descansito y una vuelta para tantear el terreno, llegó el turno de Imagine Dragons. Me habían hablado genial del concierto que dieron en Madrid el pasado diciembre, pero digamos que no salí demasiado satisfecha. El tío muy majo, se movía muy bien, muy entregado, sí, qué guay, pero el instrumental al final de las canciones ya se hacía un poco pesado y denso, se querían alargar en el espacio-tiempo y realmente un disco no da para tanto.
A Interpol los estuve oteando desde la distancia, no los conocía demasiado y no quería arriesgarme a meterme en todo el meollo, pero se marcaron un directo buenísimo que me dejó con ganas de investigarlos más a fondo. Apuntados quedaron.
Son las 00:15. Ya están aquí. Y yo estoy muy, muy nerviosa porque voy a ver a Alex Turner por primera vez. Pero una cantidad ingente de personas se interponen entre él y yo. Es más, me atrevería a decir que fue la cantidad más ingente de personas que acudió al mismo concierto, estaba todo petado. Todos esperando a los Arctic Monkeys. Y ahí estaban, abriendo boca con su ‘Do I Wanna Know?’, su fondo de escenario de AM, su actitud chulesca y elegante, pero sobre todo con un sonido alucinante. Con un cuidado setlist (aunque yo habría cambiado «Library Pictures» por «The Hellcat Spangled Shalalala» para terminar de petarlo), dejaron claro quiénes eran los que mandaban y se marcaron sus mayores temazos. Yo quedé tremendamente satisfecha con la interpretación de «Knee Socks», durante la que destilaron sensualidad. En definitiva, un concierto soberbio, aunque no los pudiese disfrutar al 100% por la distancia. Se despidieron con una gran pregunta, ‘R U Mine?’, y el escenario NOS se calló hasta el día siguiente.
Para terminar la jornada nada como un poco de electrónica de la mano de los germanos Booka Shade en el palco Heineken, donde derrocharon buen rollo y conexión con el público, animando a la fiesta.
Día dos. Hace calor, mucho calor, y el que me dijo que llevase una rebequita porque refresca en Lisboa, mintió como un bellaco. En un acertado horario, mi segundo día empezó con el directo de MGMT, con una caída del sol de fondo y la psicodelia extraterrestre de su último disco flotando en la atmósfera. Se respiraba buen rollo, pero daba la impresión de que Andrew y Ben se estaban aburriendo un poquito. Tocaron canciones durante las cuales la gente que solo estaba allí para oír «Kids» se quedó un poco confusa, pero, ah, qué bien sonaban. Sorprendentemente esa fue la penúltima, dando el brochazo final con «Alien Days» y dejándome con un buenísimo sabor de boca.
Con The Black Keys yo ya iba prevenida. Se marcaron un concierto impecable y desataron la locura con «Lonely Boy» (como no podía ser de otra forma), pero estuvieron muy sosainas. Vamos, que se marcaron un Julio César: veni, vidi, vici. Vinieron, tocaron elegantemente y con limpieza, y se fueron casi sin decir ni obrigado. Pero me consolé tremendamente porque tenía miedo de que su último disco sonase regulero en directo, y para nada fue el caso. Los dejes pinkfloyderos de «Bullet in the Brain» me calaron bien hondo. Y es que la psicodelia está de moda.
A Buraka Som Sistema no los quise vivir de cerca y cometí un gran error. Menos mal que voy a poder enmendarlo en el Arenal Sound, donde voy a bailarlos como una loca, porque menuda fiesta se montaron. Globos, confeti y mucho, mucho movimiento.
Boys Noize me dejó temblando. Una hora y media de energía pura, sin parar, en la cresta de la ola continuamente. Qué frenético, qué ambientazo, todo el mundo estaba patas arriba.
La tercera y última jornada llegó cargada de conciertos prometedores. Empezando por el de The War on Drugs, presentando su último disco, Lost in the Dream (a mi me parece una obra maestra), y que supieron defender con maestría y elegancia. Con su sonido entre el indie-folk-country y la puesta de sol, nos dejaron a todos encantados.
Sin movernos del sitio llegaron Unknown Mortal Orchestra, una de las bandas a las que más ganas tenía de ver. No me decepcionaron en absoluto, todo lo contrario: a pesar de que el sonido les jugó una pequeña mala pasada en un par de ocasiones, estuvieron impecables, entregados e incansables. Nos envolvieron con su sonido psicodélico neozelandés, haciendo las delicias de los que ya los conocíamos y llevándose unos cuantos nuevos seguidores por el camino. Mención especial a los alucinantes solos que se marcó el batería, que me dejó encandilada y con ganas de verlos en otra ocasión. Luego me enteré de que les habían hecho un estropicio con el sonido a Bastille durante el final del concierto, casi en el punto más álgido, y agradecí mucho más haber presenciado esta delicia de concierto.
El concierto de Foster the People, uno de los más esperados de la noche, resultó ser un conciertazo. Hacía tiempo que no veía a un tío moviéndose como lo hizo Mark Foster, que no estuvo quieto, tan solo para recuperar el aliento después de la paliza que le dio al teclado. Estuvieron vibrantes, cargados de energía, lo que provocó que el público se entregase cada vez más y más, y que nos dejasen cantando el estribillo de «Pumped Up Kicks». Alucinantes.
Anonadada me hallaba cuando dio comienzo el concierto de The Libertines, los maestros que han vuelto a reunirse diez años después de su separación y a los que yo creía que jamás vería en directo, pero parecía que de eso no se había enterado mucha gente. Estaban todos viendo a Daughter. Solo los fans más acérrimos nos quedamos presenciando esa reunión casi histórica en la que podías ponerte en primera fila prácticamente sin problema. Un poco rancios, apenas se dirigieron al público (aunque alguno se llevó la cerveza de Doherty como premio) y un poco decepcionantes. Me faltó algo, quizás más ilusión, más fervor, más ganas. Una pena, porque tendría que haber sido un concierto para no olvidar y fue un poco chasco. Lo mismo todos los que no fueron se olieron que pasaría algo así y se evitaron el disgusto.
Como guinda a esta última jornada final, doble sesión de electrónica de la mano de la guapísima Nina Kraviz y el místico electro-espiritual Nicolas Jaar, que dejaron a la gente con ganas de seguir la fiesta donde pudiesen aunque las puertas del Optimus Alive 2014 se hubiesen cerrado hasta el año siguiente bajo una nueva identidad, pero con un mismo espíritu: hacernos disfrutar hasta el extremo.
Crónica by @chunkyxmonkey