Aquellos que tuvimos la suerte de asistir a sus conciertos de despedida en Madrid hace apenas un año, pudimos comprobar en persona la admiración que Ennio Morricone (Roma, 1928-2020) causaba entre sus fans. Allí, en un abarrotado WiZink Center, había desde niños menores de 10 años hasta personas que superaban la barrera de los 90. Un abanico de generaciones que se unían para asistir a una obra maestra de la composición musical, con un Morricone sentado que dirigió con brillantez a su numerosa orquesta. Sin artificios ni pantallas gigantes, sólo su figura junto a la gran orquesta. Una actuación a la altura de su música, sobria pero espectacular.
Hoy, un año y dos meses después, la noticia de la muerte de Ennio Morricone a los 91 años nos sacude en plena desescalada por la crisis del coronavirus. La música de bandas sonoras y el cine se quedan huérfanos de uno de sus mayores bastiones, un compositor que podría decirse que trabajó hasta el día de su muerte. Su pasión era componer y dirigir, y no podía evitar hacerlo.
Entre sus trabajos más destacados siempre recordaremos sus composiciones para Por un puñado de dólares, El bueno, el feo y el malo, La Misión, Los Intocables de Elliott Ness, Cinema Paradiso o su penúltimo trabajo para el cine, la oscarizada banda sonora de Los Odiosos Ocho, que supuso su ansiada colaboración junto a Tarantino.
Hoy es un día triste para la música, pero también un día para recordar como merece el legado de Ennio Morricone. Sus composiciones atemporales perdurarán para siempre y mantendrán el nombre del italiano en la historia de la música para el resto de los días. Es lo que tiene ser un genio.
By Ray Vegas