Crónica by Dimas Pardo
Fotografías by Jimena García Obispo
“Jiminy Bishop se retrasa” le dije a mi compañero de piso agitando con distinción mi copa de brandy, con cerveza, en vez de brandy. “He tenido que empezar a beber sin ella”. “Llegareis tarde”, señaló mientras sostenía las hojas del ventanal al que golpeaba, con empeño de violador, la tormenta. “¡No! Confío en ella, ya salvó la tarde de ‘Vino azul´ con The Room en el invierno de 2017. Estará aquí a tiempo. Lo sé”.
Gracias a mis conocimientos estratégicos sobre como aparcar en Puerta del Ángel y a la tenacidad de Jiminy con los señores que van detrás de ti cabreados porque le vas a quitar el aparcamiento, conseguimos estar en la fila de los VIP (gente que estaba allí por la cara) a tiempo. Con caminata resbaladiza bajo un único paraguas incluida.
Mi sombrero y mi gabardina estaban empapados. Arrugué el paquete tabaco como si fuera plastilina. Se habían ido a la mierda los cigarros. Jiminy se agitaba como un cocker spaniel en el cálido zaguán de La Riviera, intentando deshacerse del sobrante de lluvia en su pelo. Hicimos una primera aproximación a la barra con la mirada, sabíamos que iba a ser cara la bebida, pero por ahora con distinguirla desde lejos nos valía.
Jiminy corrió a hacer su trabajo en el foso y yo me confundí en el ambiente (Señores rayano los 50 con camisetas “modernas” de la gira del 78 de Miguel Ríos).
Wyoming me cae bien, como a la mayoría de gente válida que no madruga para ir al desfile de las fuerzas armadas el día del Pilar, sin embargo, tengo mis reticencias con el papel repetitivo, guionizado y previsible que hace ya en La Sexta. Necesita nuevos aires. Y hoy los tenía, los había aspirado todos. Junto a su banda, conjuntados de chaqué rojo menstrual, lo bordaba. Era libre al elaborar sus gracias, demostrando que no necesita a nadie para conquistar al público, sólo improvisar dentro de los cánones de tiempo establecidos entre canción y canción.
Con “The letter” de The Box Tops (“Los Cajas Tope”) y “Bohemian like you” de The Dandy Warhols (“Los Refinados Guerrahols”) te dabas cuenta que la pronunciación de José Miguel Monzón, conocido por sus fansboys de la derecha como el “Puto Wyoming”, era más bien una pronunciación de karaoke. Pero el empeño estaba ahí y la pasión de la banda lo catapultaba. Temas de Bowie y de Zappa, retrataban el buen gusto musical y el principio de un genial set list que no hubiera necesitado de invitados para seguir brillando.
De lo mejor de aquella noche en La Riviera, junto a lo bien que me quedaba la barba reflejando las luces mojadas de la ciudad, fue que Wyoming se abrió, como una flor adolescente, en un millón de monólogos, y contó, entre otras movidas, de qué se conocían la mayoría de la banda y de dónde surgió esa pasión por hacer música a todo costa. Sí, todo provenía, como lo que merece verdaderamente la pena, de un pasado lejano. En su barrio, cuando solo era un niño de calcetas tirantes y collejas buscando el aplauso en ella de su padre, le vino la inspiración. Uno de los conformantes de la mítica banda española de los 60, Los Bravos, vivía frente a su casa. Verlo pasear de la mano, tras haber triunfado en Inglaterra (que era lo de menos), con su sexy novia italosuiza despertó en él una pulsión por triunfar en la música (y conseguir a alguien que le quedara tan bien la minifalda) que llega hasta nuestros días. En realidad, el tipo ni canta ni toca especialmente bien, pero monta un show que te cagas. Lo verdaderamente necesario. Inmediatamente versionaron “Black is black”.
Al grito reconocido de “Roseeeendo, Roseeendo, Roseeendo” salió el primer invitado que me importaba. Es un incondicional de Jiminy y no había conseguido entradas para su gira final, por lo que, si no llevara este sombrero años 30 de periodista neoyorquino, caería sobre mi cabeza una corona dorada. “Agradecido” estaba con el viejo jefe indio Rosendo, esta vez sin guitarra y con El Gran Wyo imitando sus carismáticas caras de bruja en los solos. Todo para una sala que pedía más temas del tito Rosen aunque no fuera su concierto: “¡¡¡Flooojos de pantalón!!!”.
Sobre un largo y suspendido intro de batería de My Sharona, Wyo, presentó a los integrantes de su banda y contó la historia de como los fue liberando, uno a uno, de sus vidas mundanas para llevarlos al camino roquero de la iluminación.
Pedro de La Fuga, que siempre tendrá mi nominación para salir de la casa por destrozar una banda tan guay con su actitud de Dani Martín con pendientes, se marcó una buena y excitante “Dolores se llama Lola”. Aún así no dejo de vigilarte, pisaverdes, ¡Estafermo! (#sinacritud). La temperatura volvió a subir a sus estratos old school cuando El Drogas salió con toda la parafernalia que ahora lo viste de armario ropero pirata para un frenético “Blanco y negro”.
Seguidamente vino el momento más desolador y que más consternó a la masa: subieron a un niño perdido al escenario. Mientras los de seguridad cubrían el perímetro en busca de sus padres, Wyoming lo obligó a cantar “Miña terra gallega”. Desde Wake And Listen queremos lanzar un mensaje: “Di no al abuso infantil” (Dios… Iván Ferreiro es enano…). Solo hubo una persona a la que se la sudaba todo esa noche: que si se había perdido un niño gafapasta, que si era incapaz de hilar tres frases seguidas… Cómo no, era Julián Hernández de Los Siniestro Total, que haciendo una reverencia al grupo, se había puesto hasta los topes en el entre bastidores y había salido siniestro total al escenario a cantar “Bailaré sobre tu tumba”. Después de recomponer lo que quedaba del escenario, porque aquel huracán punkviejuno lo había azotado a cuatro patas, salió aquel tipo que daba la replica en sus días mozos a Nino Bravo, el chungo más chungo, (todo lo chungo que se podía ser en pantalones de campana y en una dictadura) SÍ, EL QUE CREÍAS YA 100 AÑOS JUBILADO el mismísimo Miguel “Puto” Ríos. Volvió, y lejos de babear o arrastrarse en tacatá, dominó la pista con un potente “Bienvenidos” que nos hizo gritar a todos.
Siento utilizar el “Sin duda” pero sin duda lo mejor del conci fueron los bises. No hablo de todos y cada uno de los legendarios colaboradores unidos en fila para despedirse cantando “Maneras de vivir” mientras el público quería abordar al escenario y secuestrar a sus ídolos para ponerlos, definitivamente, en su mesilla o en el salpicadero del coche para adornar el resto de sus días, hablo de un Wyoming que sorprendió a todos con un “Jesucristo García” que veíamos impredecible e imposible en él y con el que se fusionó con otro tipo de generación, hablo del inesperado sabor a lágrima que se nos quedó en los párpados a todos viendo a King Sapo, para mí un don nadie musical hasta ese momento, clavar y deflagrar su voz con el más sentido “With a little help from my friends” de Cocker. Hasta yo busqué entre el público con mirada de cachorrito a ver si llegaba Jiminy para bailar / llorar el tema entre la masa aturdida por la emoción.
Aquello acabó y la gente en la cola de salida suspiraba por haber olvidado el chubasquero: fuera seguía lloviendo. Pero nada nos impidió a Bishop y a mí seguir tomando cerveza bajo el peine esclarecedor de la tormenta. Badallaban los imbornales y goteaba toda punta de alisada de cabello. Podía ver extenderse lo que quedaba de esta noche neo noir bajo el ala de mi sombrero.
“-Otro bar, otro caso, ambos al fin cerrados, Mrs. Bishop.
-Claro, sí, oye, ¿sabes dónde he dejado el mechero?”