Por El Indigente
El cine polaco ha sido desde siempre una referencia y exponente del cine europeo dentro del séptimo arte. A los grandísimos cineastas, desde Wajda, pasando por Polanski, Kielslowski o Zulawski, se une ahora Jan Komasa, director de la profunda y desgarradora Corpus Christi, basada indirectamente en hechos reales, con fotografía e interpretaciones impecables.
La primera y la última secuencia, tremendas por su violencia, encierran y comprimen la falsa realidad que vive el personaje, interpretado de forma magnifica por el actor Bartosz Bielenia, un delincuente juvenil de turbulento pasado, que cree experimentar una transformación espiritual durante su estancia en el reformatorio, pero cuando sale en libertad condicional poco a poco va a ser consciente de la mentira, su mentira y la mentira que va a rodear su estancia entre los habitantes del pequeño pueblo al que llega; ya en el autobús que le conduce a su nueva vida el personaje que interpreta al policía, no duda en decirle cuando intuye quien es: “Se os ve venir de lejos, sois la escoria”.
Pero es el propio personaje, Daniel, quien se desvía y en vez de ir a la serrería donde se supone que ha de reintegrarse a la sociedad bajo vigilancia, va a la iglesia del pueblo y allí por confusión se hace pasar por sacerdote, su ilusión cuando estaba en el reformatorio. No solo eso, el vicario titular se enferma y consiente sustituirle en todos sus actos, tanto para celebrar las misas, como en aquellos otros que requieran los feligreses.
Es entonces cuando aparecen todas esas situaciones ambiguas que transmite la fe, el perdón, la culpa, la redención, unidas a la impostura y la humanidad del propio impostor. Y esa fuerza de quien ha perdido su personalidad pero que busca su propia recuperación, esa lucha interior, llega a las almas de los habitantes de la aldea, en esos momentos arrastrada por el luto, la tristeza y la ausencia de paz social, ante un accidente que causó la muerte de varios de sus habitantes, victimas unos, culpables otros. Si la misa a la que asistía Daniel en el reformatorio le sirvió como algo más que un consuelo, (esa vocación por la fe del sacerdocio), las falsas misas que celebra en la aldea sirven ahora para que los aldeanos, sumidos en su desesperación, obtengan a su vez consuelo.
— La parte siguiente contiene spoilers del argumento —
Todo es mentira y a la vez todo es verdad cuando al final se descubre la impostura, como dice Jan Komasa, el director de la película, “Daniel habla con el corazón, es lo único que tiene” y cuando eso pasa, hasta el alma más confusa se siente perturbada y agradecida, como sucede en la última misa, que él ya no celebra, pero en la que escenifica la figura de Jesús en la cruz, mostrando a todos los feligreses asistentes su torso desnudo, cosido de múltiples navajazos y cicatrices adornadas de tatuajes de convicto, saliendo de la iglesia con la incredulidad y, al mismo tiempo, la admiración de todos, orgulloso de su escenificación, hasta el cierre final con esa última secuencia que le da metafóricamente el título a la película.