Este texto forma parte de Oda a los Bares, proyecto literario que nace con el objetivo de dar visibilidad al crowdfunding del grupo La Mucca para conseguir traer respiradores a nuestro país y mitigar los efectos del coronavirus (COVID-19). Puedes donar y leer aquí.

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By Ray Vegas

Fotografía de Bodega La Ardosa

Tras varias semanas de confinamiento, entre otros muchos anhelos e ideas, surge en mi mente (abriéndose paso a gritos) una reflexión: qué importantes son los bares, nuestros bares. Cuánto hemos vivido en ellos y cuánto nos queda aún por vivir.

No pasa ni un día en el que, mientras busco recuerdos casi olvidados en el subconsciente, no piense en ese dueño de bar modesto. ¿Cómo lo estará pasando? ¿Podrá sobrevivir a este tiempo sin actividad? Intento creer que las ayudas prometidas por el Gobierno terminarán llegándole y salvando su vida, la de su bar. Porque todos lo sabemos: la mayoría de bares en España van al día, tienen escaso beneficio y para subsistir dependen de la visita diaria de sus clientes más fieles, esos “parroquianos” que llenan de vida cada rincón del mismo. Esos que amablemente piden las cosas por favor y no dudan en dar las gracias cuando reciben su pedido: “Quédate con el cambio”. Son esos “parroquianos”, nosotros, los que ahora estamos encerrados en nuestras casas, mirando por la ventana con nostalgia, pensando en qué haremos cuando podamos volver a salir a las calles. Por el camino hemos aprendido a valorar que las cosas realmente importantes de la vida son las del día a día, y que nuestros bares son una de ellas.

Dentro del mundo de los bares, reconozco que tengo debilidad por aquellos donde sirven desayunos y abren sus puertas antes incluso del amanecer. Bares en los que, tras varias visitas, nada más entrar por la puerta, tu camarero de confianza (ya como de la familia) sabe lo que vas a pedir sin necesidad de abrir la boca. “¿Solo con hielo, verdad? Dale, por favor. Vaya día, ¿eh? Ayer el Madrid fatal, a ver si fichamos a Fulanito de una vez. Ya te digo. Te lo llevo a la mesa. Gracias, ahí te espero” Conversaciones aparte, son esos bares los que quedarán en mi memoria para siempre, los que llenan páginas de libros e innumerables canciones hablan (o deberían hablar) de ellos. Aquellos, de menú del día y cartas escritas con Times New Roman 14, en los que cambiando la copa de cognac por un buen café y pincho de tortilla te sientes Hemingway durante media hora. Porque si los mayores placeres de la vida son los más sencillos, el de desayunar en un bar es de los que debería ser venerado como deporte nacional. El sueño de cualquier persona, si el horario laboral lo permite, debería ser poder hacerlo de lunes a domingo. Sin fallo. Algún día, algún día.

Pero este homenaje también va para los bares de corte nocturno, esos locales que acogen tanto citas íntimas como grupos de amigos debatiendo sobre cómo arreglar el mundo o rememorando anécdotas vitales a través de infinitas cervezas, vermuts o vinos mientras suena y se corea al unísono algún himno de Calamaro. Las paredes y los camareros de estos locales han visto de todo: desde acaloradas discusiones sobre inimaginables temas, hasta declaraciones de amor que dejarían por los suelos cualquier guion de comedia romántica de Hollywood. Este tipo de bares varían respecto a los del primer grupo en (casi) todo: tipo de público que los concurren, bebidas que se piden o música que suena, pero coinciden en lo más importante y lo que a la postre define la esencia primigenia de un bar: el poder de convertirse en un recuerdo inherente para la persona que lo visita. Todos y cada uno de nosotros podríamos contar cientos de historias relacionadas con vivencias en bares, incluso los hay que han pasado más tiempo de sus vidas en ellos que en su propia casa. Para todos nosotros, estos días alejados de nuestras segundas casas pasan con cuentagotas.

 

Por cierto, haciendo un paréntesis, dentro del inabarcable universo de los bares, podríamos pararnos a tratar dos temas más: uno, el de diferentes tipos de camareros que uno puede encontrarse, y dos, el de los estudios que afirman que España no está al nivel de Suecia en cuanto a bienestar social y se justifican con la frase de “en una sola calle de Madrid hay más bares que en toda Suecia”. Pero como estos dos temas son de largo recorrido, los dejaremos para otro día.

Volviendo al tema principal, hace unas semanas compartí en Twitter uno de mis propósitos para 2020: crear el Top 100 de bares de Madrid donde desayunar barrita de aceite y tomate más café. Tras un mes confinados, este propósito cobra aún más sentido e incluso debería ampliarse. Porque los bares necesitarán ayuda muy pronto, y cada café, cerveza o pincho de tortilla que pidamos, servirá para que los recuerdos del futuro sigan ligados a estos locales tan necesarios en España: nuestros bares. Iniciativas como Oda a los Bares sacan a relucir que en nuestro país, los bares son esenciales y que nuestra historia no sería la misma sin su presencia e influencia a lo largo de los años. No lo(s) olvidemos.

Texto inspirado gracias a Trujillo, El Extremeño, Veintisiete, Bar Antonio, Varsovia, La Divina, Ocean Rock Bar, La Troyka, Makkila, La Ardosa, El Abulense, Chikito, Gorila, La Colmada, Casa Camacho, Pepe Botella, Bodegas Rivas, Il Mondo, Lucy in the Sky, Picnic y tantos otros lugares que han logrado hacernos felices en algún momento de nuestras vidas.