Por Irene Naranjo

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Llega un momento en la vida que una se encuentra saturada de películas en torno a grandes sucesos de la Historia que se repiten una y otra vez. Diferentes filtros, enfoques, personajes, situaciones… Pero al final, otra vez lo mismo. No digo que no sean temas importantes que tratar (teniendo en cuenta lo bien que se le da al ser humano olvidar y reincidir). Sin embargo, algún día habrá que cambiar de registro.

Pensando en esto me entretenía mientras pasaban los primeros minutos de El Año Que Dejamos De Jugar. Otra más sobre la infancia en pleno nazismo, la subida al poder de Hitler y cómo se vive esta horrible situación desde los ojos de una niña judía que lo único que entiende de primeras es que se va a quedar sin su peluche preferido. (Sí, claro que aparecieron también flashazos de Ana Frank o el pequeño Giosué de ‘La vida es bella’). Hasta que de repente algo captó mi atención: una frase que mal recordando decía algo así como «al parecer somos judíos, ni sabemos lo que significa, ni que lo éramos». Una frase que resume de qué va todo.

 

Ahí es cuando de verdad empecé a entrar un poco en la historia de Anna (o lo que es lo mismo de la ilustradora Judith Kerr, al tratarse el film de una adaptación de su propia autobiografía ‘Cuando Hitler robó el conejo rosa’) y su familia. Quizás por un afán de identificación que me llevó a la situación actual que estamos viviendo. Ni mucho menos comparable con la Segunda Guerra Mundial, pero con una sensación de desestabilidad a su vez. Ese momento en el que de repente te ves envuelta en un huracán que aparentemente no tenía nada que ver contigo, pero que sin permiso alguno te arrastra a su ojo.

El Año Que Dejamos De Jugar ya está en cines.

 

Cartel de El Año Que Dejamos De Jugar

el ano dejamos jugar cartel