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El concierto de Ukulele Clan Band resultó ser una experiencia análoga a cuando escuchas No sugar (2014) un día cualquiera, a solas en tu casa. La compenetración de los seis integrantes se dió como si de una constelación se tratase: cada uno en su posición pero haciendo necesario a todo un resto para dar lugar a una hermosa escena. En este caso, fue algo más festivo que no contemplativo, pero implicando de todos modos a un público al que apelaban a través de un constante feedback.

Así pues, la banda creó un vínculo de tensión que se mantuvo desde el principio hasta un final catártico que cerraba un ciclo de casi dos horas con un buen sabor de boca y también de oídos. Celebrar en la madrileña Sala Independance el fin de gira tuvo como obsequio tres colaboraciones en directo, que se estrenaron con las solistas BambiKina y Mäbu. Intentaron poner la guinda del pastel con Almedadosoulna; sin embargo, por mucho talento junto arriba del escenario, no consiguieron brindarnos unos minutos tan placenteros como sí sucedió con las dos jóvenes. No porque el tema que eligieron no valiese la pena – por no decir la risa – sino porque lo que llevaba siendo un directo de sonido neto y pulido, cosa que hacía más admirables a Ukulele Clan Band por la dificultad que esto conlleva al ser ya un buen puñado, fue quebrado por la misma desmesura de sus fuerzas. Las ganas de hacer de una fecha tan significativa algo memorable, conllevó excederse de un límite que giraba en su contra convirtiéndose así el ruido en un pequeño alboroto. Perseguir a toda costa realizar un concierto extraordinario en cada uno de sus instantes también supuso, por otro lado, unas voces cada vez más desgarradas – por no decir afónicas – que, poco a poco, se alejaban de la sonoridad tan particular que vinimos a escuchar los que estábamos ahí.

Pese a las jugarretas que les ocasionaron sus ansias de superar todas las expectativas generadas por un público receptivo a priori, la banda nos hizo percibir en cada momento cuánto estaban disfrutando del directo. Alargando las canciones, demostrándonos en todo momento la compenetración altamente trabajada de cada instrumento, gastando bromas al público entre tema y tema y, ya llegando al final, bajando a la sala para tocar en medio del círculo creado por quienes bailábamos con ellos en aquel sótano del centro de Madrid. Todo ello supuso que la gran simpatía hacia la banda fuera in crescendo. Y es que, si algo permite entenderlos como una unidad plural es, precisamente, su enorme generosidad con aquello que les apasiona. El contagio de este goce fue tan innegable como mútuo, creando de inmediato una comunidad de seguidores moviéndose al ritmo de su folk melódico y risueño. Éste es, de hecho, el verdadero reto de todo grupo al decidir exponer presencialmente cómo tocan, sin segundas oportunidades: deleitar tanto al público como para que éste no eche en falta manejar el tracklist desde su reproductor. A Ukulele Band el desafío no se le resiste, más bien al contrario: con su alegre cautivo nos recuerda la importancia, casi necesidad, de conseguir conocer en los conciertos más de cerca la experiencia de la música. Y, hoy en día, faltan bandas tan bien pobladas que puedan presumir de ello.

By Andrea Genovart