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Prometo no hablar de Raphael. Primero, porque escribiré sobre conciertos a los que asistí por gusto y no por llegar a la primera fila cual groupi teenager del siguiente. Sí, hago esas cosas. Y segundo, porque estoy indignada con que el pobre Iván se quedara sin minutos. BASTA. Prometo no hablar (más) de Raphael.

Llegamos el miércoles sin haber dormido mucho. Sara se había escapado, como quien dice, de casa y yo, en fin, tenía que llevar a gente a la estación a horas que ni puedes dormir antes y ya casi que para qué después. Las expectativas no eran ni altas ni bajas: estábamos de resaca y conducir no ayuda. Tratamos de recuperar fuerzas en una tienda de campaña que nos montó un vecino, no sin antes reírse de nosotras. Es justo.

Acudimos religiosamente a nuestra cita con Los Planetas. Disfruté, chillé y casi (sólo casi) se me escapa una lagrimilla con “Santos que yo te pinté” – es un temazo y lo sabéis.  “Pesadilla en el parque de atracciones” por suerte o por desgracia, dejó de ser mi himno hace un tiempo, pero la sentí como tal. También es cierto, que entiendo que la gente en general (ya empezamos con lo general…)  no empatizase con estos grandes hasta muy llegado el final. Está claro que sólo los freaks lo supimos realmente valorar y eso, J, no es un festival el momento para hacerlo. O sí. (Vena loca). Si por una remota casualidad leéis esto, por favor, no cambiéis nunca.

Una de las grandes revelaciones de nuestro Sonorama particular, apareció el jueves en la plaza del Trigo. Joe la Reina. ¿Cómo he podido vivir sin haber escuchado a estos chicos antes? Es más, ¿por qué la gente que los conocéis no me habéis mandado cosas? Aberrante. Buenas letras, pero digamos la verdad, enorme el batería. Es cierto que su estado era un orgasmo non-stop, pero si eso es lo que le hace mover las baquetas así, se lo perdono. (Escenario principal, escenario principal).

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Bajo Cero, Iván Ferreiro, Los Pilotos y Buffet Libre, fueron nuestro jueves noche. Bajo Cero porque hay que escuchar rock español de vez en cuando y los chicos son de la hostia. Ferreiro. ¿A quién vas a ver en el Sonorama si no es a Ferreiro? Que vale, que parece que le dan espasmos cuando se sube al escenario, pero ahí va un consejo: cierra los ojos, escucha y disfruta. Los Pilotos y Buffet Libre, no es por meterlos en el mismo saco, pero nuestro estado – tanto psicológico como físico – simplemente se dejaba llevar. Es lo que tiene Turnedo.

El viernes es un día que musicalmente saltamos un poco. Porque al sábado le quisimos coger con ganas. Y porque el camping es una experiencia que hay que vivir tan (o más) intensamente que los conciertos. Después de saltar en la plaza del Trigo descubrimos nuestro bar favorito en el mundo. Está en la plaza del escenario RedBull y no, no es el café Central. Se llama La Buhardilla. Ahora que estoy sobria, estoy escribiendo esto en mi casa, creo que nos gustó tanto porque no paraban de poner a Deluxe y la gente era todo buen rollo. Pero de la gente ya hablaremos. Del viernes, destacaría muy por encima del resto a León Benavente, pero quién soy yo para destacar nada.

Llegamos al sábado con la soga al cuello, como dice nuestro amigo de “La tasca”. Yo estaba pesada (vale, muy pesada) con ir a ver el cierre de los conciertos de por la mañana. Nada más y nada menos que Sexy Zebras. Entiéndase ésta la segunda gran revelación del festival. Les había escuchado e incluso podía acompañarles en alguna canción, pero madre mía QUÉ DIRECTO. No sé vosotros, pero yo ví unas ganas de comerse el mundo que, sinceramente, es lo que hace falta, y no sólo en términos musicales, en nuestro país. En la fiesta RedBull pasó de todo, temazo tras temazo, aguantamos 4 horas. ¿Que si acabamos deshidratadas? Sí. Pero que nos quiten lo bailado. La siesta después de eso era obligatoria.

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Y llegaron las 9 de la noche. Y con ello, mi principal razón (ay inexperta de mi) de asistir al festival: Nacho Vegas. A ver Nacho, yo te tengo idealizado, te adoro de manera incondicional, he mantenido discusiones de más de dos horas (y tres, y cuatro) durante el festival y fuera de él, en las que he sacado la cara por ti como si no hubiese mañana. Pero, joder, no llegues el sábado y hagas lo que hiciste. Yo estaba preparada para la autodestrucción pura. Sin límites. Y me vienes con un concierto basado en tu último disco (comentarios aparte). Reivindicando qué, Nacho. “Cada uno a sus cadaunadas”. O como se escriba. Esa frase también la he aprendido de la gente local de Aranda. Y luego te pones a hablar entre canción y canción y hasta sacas un megáfono. Que me parece genial que no “fueras puesto como una rata” pero vale ya de tanta felicidad, ¿no?.

Que conste que el párrafo anterior no lo ha escrito María Calleja. Ella siempre lo defenderá a los ojos de cualquier anti – Nacho Vegas.

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De lo que siguió esa noche, en fin, hay cosas que no hay que contar. Pero las contaré. Duncan Dhu, no eran Duncan Dhu. Y lo mejor del concierto (y digo concierto y no grupo) de Columpio Asesino (fans intolerantes, no me asesinéis) fue “Toro” cantado junto con Nacho Vegas. De una forma que no sé lo que pasaría después en el camerino, pero me lo puedo imaginar.

Y hasta aquí la crónica musical. Si sólo te interesa la música y el sexo en el Sonorama, no has entendido nada. No vuelvas. De verdad. Ve al Arenal Sound, o esas cosas que se hacen en la playa.

Después de estos días tenemos amigos nuevos. Y digo amigos porque no los considero conocidos. Desde nuestros vecinos, los más hipsters de todo el festival, hasta los coolturetas madrileños (esto es como todo, hazte cargo). He vivido y oído proposiciones matrimoniales realmente bonitas (no sé qué hago que no estoy en Bali), hemos cocinado vegetariano para que nadie pasase hambre y sobre todo, hemos compartido experiencias. De todo tipo. Ha sido jodidamente perfecto.

El Sonorama Ribera es un mundo para-lelo(s) – quizá no lo somos tanto – al que te quieres aferrar hasta el último minuto. Y quién no quisiera. Exaltación de la realidad en que queremos vivir con un toque mágico que nos transporta a los sesenta. La atmósfera que lo rodea no deja nada que desear. Música, vino, cultura al estilo twee y buena gente. Y, normalmente, todo esto suele ir ligado. ¿Alguien puede pedir más?

By María Calleja.

 P.D: Gracias a Rodrigo Mena Ruiz, de Música para marsupiales, por cedernos las fotos!