El pasado 11 de marzo Las Ruinas tuvo una cita en la Moby Dick de Madrid para anunciar Siesta Mayor (2015), otra vez, después de haberlo hecho pocos días antes en la sala Apolo de Barcelona con los Nueva Vulcano. Después de su última visita en noviembre, el grupo barcelonés repitió y esta vez subió un poco más el listón, en concordancia con lo que viene siendo el éxito de éste. La última publicación del trío sonó nada más empezar de principio a final y de un modo rigurosoamente lineal, pero sin llegar a aburrir ya que en todo momento supieron mantener la intensidad con la que despegaron el directo. Si el concierto empezó con una de sus tarjetas de presentación, «Fruta de Temporada», acabó esta primera recopilación – que apenas varió con el orden del CD – con un «Hacia la luz», exponiendo los nuevos doce temas del tirón y sin respirar, a excepción de cuando el cuerpo les pedía un trago de cerveza que, porqué negarlo, ayudaron a que, ¡al fin!, emergiera una desnibición que se echó en falta. Bien tocadas pero de una fidelidad que rozaba lo conservador, enlazaron las canciones de Siesta Mayor con una energía que mantenía la tensión constante con el público a través de unos ritmos rápidos e incesantes que, en el caso del grupo, cobran mucha más fuerza en un directo y, sobre todo, si es en sala pequeña como fue el anterior viernes. Pero una vez acabado este sprint de poco más de media hora, tuvo lugar la segunda parte del concierto, más larga y, por supuesto, divertida; esto es, el concierto. Así pues, lo que venía siendo el motivo de la visita de los chicos de la ciudad condal acabo siendo un calentamiento para volver a un pasado musical – no lejano en el tiempo pero sí en cuanto a la cantidad de discos producidos en él – de una diferencia más que evidente.
Se dice que segundas partes nunca fueron buenas pero también que las excepciones confirman la regla, y la actuación de esa noche de Las Ruinas fue una de ellas. Pese a que estas primeras composiciones no permitían un directo con una música igual de nítida – y, de ser así, tampoco lo hubieran conseguido, pues parece ser que el técnico de sonido no entendía muy bien lo poco que el grupo necesitaba y, además, le pedía -, el público conecto aún más con un ambiente festivo que se pretendía crear desde el minuto zero por parte de los barceloneses. Cada vez más desmelenado, más cerca del escenario, la gente pedía ritmos más duros que iban llegando con temas de garage cada vez más basto pero que permitieron crear lo que todo estaban esperando, que era bailar un poco en el pogo. Y ese fue el clímax de una noche que duró más de hora y media, recreando esos temas míticos que pedían entregarse plenamente, con la la sensación generalizada de extrañeza al oír más de 100 personas cantando letras absurdamente banales. Mas fueron éstas, canciones como «El Olivar», «Este espíritu», «Cubata de Fairy», «Insecto», «Cansado de mí», «Ramón y Cajal» y, como no podía faltar, el archiconocido y genial «Cerveza Beer», los que generaron un vínculo de unión entre todos los que se encontraban en la sala madrileña. En una línea progresiva que era más bien un retorno a unos orígenes hardcores, rústicos y de cuatro acordes mal tocados, habiendo partido de un evolución tranquilamente popera a su lado, el concierto acabó siendo una fiesta que casi casi provocaba el olvido de cómo estaba siendo el directo cumplidor pero nada arriesgado de Las Ruinas.
Pero, al fin y al cabo, de eso se trataba: de una simple celebración de gente bebida sin más sentido que el estar escuchándolos, ya sea un domingo en tu casa o en un garito abarrotado de quienes tenemos ganas de ello.
By Andrea Genovart