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Si tocan St. Paul & The Broken Bones un lunes a las nueve de la noche en el Teatro Barceló, te da exactamente igual haber tenido un día jodidísimo de trabajo y un fin de semana de locura en el que apenas has dormido. Te levantas de la cama en la que has soñado estar todo el puto día, te quitas el puto pijama, te vistes y te vas a verles. Porque cuando Paul empieza a cantar, nada importa. Lo habíamos comprobado escuchando su álbum debut y recomprobado al entrevistarles la semana pasada.

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Salen al escenario. Visten trajes, americanas y corbatas. Son siete y te van a dar una hora y pico de música en la que tocarás el cielo. Sobre todo él. Sí, ÉL. El jodido Paul. El escenario es suyo, el público es suyo, el teatro es suyo, Madrid entera es suya. Porque se planta allí, empieza a cantar y las trescientas personas que abarrotan la sala celebran haber salido de la cama un puto lunes pese al cansancio, haberse quitado el puto pijama, haberse vestido y haber acudido a verle. Darían lo que fuera por ser él durante un día, o qué coño, durante una hora, y poder cantar así. Y él lo sabe y la lleva arrastrando por el escenario. Se ríe, se descojona, mira al público, les anima, hace lo que quiere, y ellos le siguen. Es su pastor y ellos son su rebaño. Y cuando las luces pierden intensidad creen ver al mismísimo Dios, con su larga melena y su bata blanca tras el micrófono. Pero entonces las luces explotan, le iluminan y allí está él. Sin melena, algo rechoncho, lamiendo su propio sudor del micro. Podría parecer repulsivo, pero incomprensiblemente sienten envidia. Ellos también quieren probar ese cóctel divino. Paul contagia a su banda. El mejor soul, protagonizado por trompetas, trombones, riffs de guitarra. Juntos se atreven a versionar a Bowie, Radiohead y a cerrar homenajeando al puto Otis Redding.

Aunque sea su primera visita a la capital, aman Madrid, dicen, pero tienen que seguir predicando por el mundo. Lo contrario sería injusto.

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Nos vamos a casa, emocionados, agradecidos por haber vivido uno de los mejores conciertos del año en la capital. Joder, qué lunes. Nos ponemos el pijama y nos tumbamos en la cama, donde hasta hace poco más de dos horas soñábamos con estar. Pero ya no. Ahora queremos estar en el Teatro Barceló de Tribunal. Ahora queremos a St. Paul & The Broken Bones.

Crónica y fotos by Peter Glez