A la salida, tras el concierto, una señora mayor se me acercó, cubalitro en mano, para decirme: «¿Tú no eres demasiado joven para que te gusten Los Planetas?»… Lo apunté en mi Top 10 de piropos con encanto, recordé el día que encontré a esta banda en el obsoleto iPod de mi hermano mayor, y me fui contento para casa.
El caso es que cuando llegué allí, a la gran nave espacial de la Federación que es el WiZink Center me sentía muy anquilosado y viejete. No porque un colega en especial me dijera que solo escucho grupos del pasado, sino porque por mis problemas con la heroinómana cafeína no había dormido nada la noche anterior y me tocaba irme de concierto. Además, solo y sin alcohol…estaba seguro que acabaría buscando a caras conocidas entre la multitud cuando sonaran los versos más tristes de Super 8, no las encontraría, y el Jota me volvería a ganar.
Aunque, por alguna razón, tuviera serios problemas para pronunciar el nombre del local: «WiZink Center» (demasiada Z y C con valor suave /θ/ para alguien que viene del casi sur…) el sitio me pareció espectacular por dentro. Se lo fui indicando al señor con tatuajes de presidiario hasta en las axilas y a la chica que se comía las uñas hasta los nudillos. Gente, amable y con poso, a la que me presenté en el metro, a la altura de Argüelles, para que me indicaran el camino.
Mientras el gran monitor central de la pista explicaba, como una madre robótica preocupada, la posición de las salidas de emergencia, yo calculaba la media de edad de la gente… uffff…me encontraba entre «Señores y señoras«, grupies que ya se habían establecido e hipotecado y que no recordarían como se baila ésto. A mi espalda se encontraba uno de ellos, alguien de facciones familiares que bien podía ser el líder de una banda de culto, de tantas que no conozco, y que le explicaba a sus acólitos, que ahora iban a dar un paso más allá con su banda reinventando a Mogwai.
Las luces se fueron, la oscuridad y los vítores preconizaban el mejor comienzo de concierto desde que Justina perdió el conocimiento y la virginidad, todo de golpe, en aquellos sádicos páramos franceses. Empezó a sonar por los grandes amplificadores una llamada a la oración. Muy árabe. Moló hasta que recordé que éramos una aglomeración en un local céntrico en época de bombas multitudinarias con mensaje. Entonces salieron al ruedo.
Con el subidón y la alharaca que llevaba yo en el cuerpo… que empezaran con «Los Poetas» me pareció incómodamente lento. Quería pisar a los que me habían pisado y no me daba oportunidad alguna esta canción. Sin embargo, el batería comenzó a escavar en los parches con las baquetas, hasta sacar un crescendo minero y acabar por todo lo alto.
«¿!¿! Pero qué ÍSE, el quillo éhteee!?!?!» fue la frase de un andaluz que vino más o menos del centro de la pista. Indicaba que, pese a su partida de nacimiento andaluza y sus condecoraciones de palmero, tampoco entendía ni J de lo que el cantante intentaba agradecer y saludar entre canción y canción.
Con «Señora de las alturas» comenzaba un bloque de canciones tiernas y raras que dejarían frío a los más conmovibles fans de Sergio Dalma pero que a mi me dieron ganas de abrazar al señor calvo que tenía delante. Un occipucio tan bruñido y grande que no pude dejar de mirar, de forma romántica, cuando llegó la parte de «ya está la luna en la calle».
En este bloque continuaron con «Si estaba loco por ti» que sacó el mejor flamencorro lo-fi de la banda y nos hizo ver palmotear, en la sombra, a ese J que ha cambiado sus lindos caireles por unos quiriquis a lo Krusty.
«Hierro y Níquel» comenzó esa gran espiral que en una punta tiene las canciones más divertidas y aceleradas y en el otro extremo los grandes temas que el público está deseando corear. Ya no habían “Señores y señoras” solo adolescentes intentando pasarlo bien ahora que ya podían permitirse el cubalitro a 10 euros en un interior con buena música de fondo.
Aunque el concierto se acelerara el pose estático y dylaniano del cantante siguió fijado. Solo intercalaba, lo que a ojo de dipsomaniaco experto parecía un gin tonic en vaso de plástico, con cigarrillos. Cigarrillos que el público le pedía que enchufara porque parece que daban más intensidad a su disfórica voz de pobre granaino.
«Parte de lo que me debes» llenó la atmósfera con lo que yo entiendo que debe ser el Vaporwave y que seguramente no sea. El caso es que como cuando la nuca se acostumbra al agua caliente de la ducha, o los ojos a la oscuridad de la habitación, al J ya se le empezaba entender lo que cantaba. «Las fuerzas que gasté, el tiempo que perdí…»
Cuando acabaron las peripecias del Grupo de Expertos Solynieve, las luces se fueron al verde más intenso y olivado, comenzó “Islamabad”, un tema dedicado “a todos los seres inertes del universo», que, pese al poco tiempo, a todos se les antoja ya de la primera camada de grandes hits de la banda. «Santos que yo te pinté» para recordar a todo el público que un día tuvieron una ex, y un cubata volando por los aires, a cámara lenta, que con el flash creí que era una paloma de agua sobrevolándonos a todos, para «Un buen día». Esa canción que nadie sabe si es muy triste o muy alegre pero a la que todo el mundo espera para poder gritar «4 millones de rayas» a pleno pulmón y hasta que se le salga la lagrimita del esfuerzo.
«¡¡¡Años 80!!!», ¡¡¡En Cualquier otra parte!!!», llegó a pedir un hijo de puta con sentido del humor, sin embargo, llegaron «José y yo», «Pesadilla en el parque de atracciones», «De Viaje» y cuarenta bises más entre los que se incluyó a la figura de La Bien Querida. Idas y venidas del escenario hasta confundir al público. Ya nadie sabia, cuando encendieron las luces, si se habían ido de verdad o iban a volver para sorprendernos con otro tema inimaginable «que casi no recordaban».
By Dim Buller