Dejen el prozac, escuchen Club del Río. Algo así podría escribir para el titular de esta crónica porque créanme amigos, pocas cosas alegran más el alma que escuchar a estos tíos.
Les entrevistamos hace unas semanas y no podíamos perdernos su ansiado directo en la Moby Dick, ayer 16 de enero, en Madrid.
El ballenero estaba completo, repleto de gente expectante por esa brisa fresca que prometen sus canciones. Y así fue, vaya que si lo fue. Una sonrisa automática se dibujó en los rostros de todos los allí presentes desde la primera hasta la última nota.
El siete es un número mágico, siete forman club del río y siete segundos fue lo que tardaron en hacer de la sala su casa y la de todos.
“Se lo están pasando de puta madre, qué envidia, lo que daría por estar ahí arriba” (Comentan) y eso, en un concierto, es más contagioso que la risa de un bebé.
Las guitarras, la percusión, el teclado, el bajo y las voces todas sonando al unísono a merced de un público encantado que no dudaba en tararear unas canciones que ya ha memorizando.
La especial voz de Esteban de Bergia, esos incrustantes coros y un estilo que no seriamos capaces de etiquetar ni aunque nos fuese la vida en ello hicieron del concierto una experiencia realmente única: el teletransporte a verdes praderas y borrascosas cumbres es posible desde la capital.
Destacar temas como Lobo Amigo, La Madriguera, Erosión, el hitazo Abrázame o el gran colofón final que se vivió con Lunes.
Y eso fue todo, un concierto que disfrutar, pura armonía y buen rollo.
Aquí las pruebas:
Crónica by @Cubesp \ Fotos by: Marta Arévalo