buzzcocks madrid 2016

Un clásico se define por su carácter atemporal. Pasan los años, pero siempre perdura en la cultura y en la persona que lo acoge como algo al que siempre valdrá la pena reconocerle su genialidad. Cuando sucede con la música, la sensación es todavía mayor que lo que puedes experimentar con un libro o una obra de arte. La música permite vivir en directo aquello que ya ha existido por primera vez, mientras que un verso es la inmortalidad del momento preciso en el que fue escrito. Cuando ves a un grupo que lleva cuarenta años tocando las mismas canciones que han podido emocionar a generaciones anteriores como a las presentes, uno no solamente se da cuenta que el talento gana pulsos al tiempo sino que éste mismo no fue algo pasajero: los mismos acordes perviven en sus creadores a la hora de tocarlos por las mismas manos, ya envejecidas, pese a que todo lo demás sí haya cambiado. Eso mismo pasó con Buzzcocks el pasado viernes en Madrid.

El grupo de Manchester volvió a España un año más tarde para demostrar unas raíces de las que nunca han desechado, ya sea en su numerosa discográfica como en su forma de hacer revivir los orígenes del punk – rock en directo. Antes de que se subieran al escenario – concretamente, a las 21.30, después de los teloneros pamploneses Monte del Oso -, se podía identificar un público de edad crecida, algún que otro de estética alternativa algo excéntrica, que asistía con el objetivo de volver a tener ese contacto con una música a la que seguían la pista desde años atrás. Pese a que la sala principal estaba llena, cumpliendo con su aforo, ésta era la única que estaba habilitada de la mítica Joy Eslava; el carácter festivo de la ciudad en sus múltiples espacios implicaba, en consecuencia, convertir ese directo en un concierto de verdadero culto.

Y es que no hay nada que reprochar, como no podía ser menos, a este cuarteto británico con tanto bagaje. Con un sonido de la sala espectacularmente nítido, que permitía integrar la aportación de cada integrante, el público fue adentrándose progresivamente a lo que fue un festejo por todo lo alto. Con Steve Diggle por guitarra, que desde antes del primer acorde buscó la simpatía de la sala con los famosos cánticos populares de “oe, oe, oe” hasta el último, cogiendo de la mano a todo aquel que pudo llegar a chocarle desde las primeras filas, el grupo se mantuvo cercano con un repertorio que llamaba en todo momento la participación de los que estaban allí. De otro modo y más sutilmente, también lo hicieron un bajista inexpresivo pero al que, poco a poco, se le escapaba la sonrisa al percibir semejantes cantos desde abajo, un batería con una energía inagotable y que no pudo no dejar con la boca abierta y el cantautor Pete Shelley que, de expresión dura pero contundente, desprendía una terrenalidad propia de alguien que ha pisado décadas de dedicación en su propio proyecto musical.

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Y es que, ante la posibilidad de presentar su disco más reciente (The Way, 2014), los Buzzcocks regalaron hora y media de clásicos que aludían, implícitamente, cuarenta años que han dado muchísimo de sí, hasta el punto de reconocer su carácter imprescindible en la historia musical británica. “Fast Cars” al poco de empezar, “Orgasm Addict”, “What do i get?” y “I don’t mind” fueron entre muchos otros algunos temas que provocaron un auge que tuvo que apagarse, sin quererlo y pidiendo más, con la última nota del grupo. Mención especial al final apoteósico con un bis que tuvo lugar a la hora y diez minutos de empezar que supieron a cincos; protagonizado por “Ever fallen in love”, provocando un pogo desatado, brindaron homenaje a la escena independiente que surgió en los años 70 y que marcó un antes y después en los conciertos con la demolición de la invisible tercera pared.

Pero lo que hizo posible toda esta serie de factores tan bien alienados entre ellos que dieron lugar a un directo de este calibre no fue ni más ni menos que la oportunidad de tener encima del escenario un grupo que lleva pisándolos años y años y componiendo en la misma dirección. Conciertos como el que tuvo lugar el pasado viernes 13, como una de las cabezas de cartel de Sound Isidro, siempre serán necesarios para tomar distancia de lo que realmente es una banda al que los años le son signo de una identidad musical que va más allá de cualquier moda creativa, integridad tan arraigada que les permite estar horas y horas tocando sin parar sin apenas mirarse con la misma vitalidad que cuando empezaron. Esa es la causa, ya no solo de un goce para los oídos que no puede no penetrarte y dirigir inevitablemente el movimiento rítmico de tus pies, sino también de la admiración ante cuatro señores que provocan tal fluidez sonora que solamente puede explicarse viviéndola con ellos y a través de ellos. Y es precisamente eso lo que permite otorgarles el estadio de la calidad.

Buzzcocks, vuelvan cuando quieran, pero sobre todo, cuando puedan.

By Andrea Genovart