No nos sorprendió demasiado la velocidad con la que el concierto del pasado viernes de El Columpio Asesino en la sala Ocho y Medio colgó el Sold Out de marras. Uno se imagina la expectación, incluso más teniendo en cuenta su último disco. Quizás lo que no se imagina es que a casi una hora del telonero ya haya gente guardando la primera fila.
Pero primero tocaba una propuesta que ha surgido rápidamente en la capital. White Bats se plantaba sobre las tablas del Ocho y Medio ante un público ya numeroso, y era apenas su segundo directo. Nosotros ya habíamos catado su primer EP adelanto, valorando sus bases profundas y las claras referencias a Joy Division, a través del revisionismo de Interpol o Editors, pero con lo que no contamos es con el tono épico y contundente equiparable al gancho de White Lies. Además no se quedaban en los conatos mas adolescentes de los ingleses, sino que vimos tiros kraut y velos oscuros a lo Bela Lugosi en una combinación de post-punk que no necesita prometernos nada para que la sigamos de cerca.
Una pausa después, que se nos hizo larga, la intro instrumental de «Babel» rompía el cacareo en la sala y provocaba un bramido general que recibía al El Columpio Asesino.
Fue una cornada por sorpresa. Enseguida empezó la «verdadera» Babel y el público explotó al mismo que tiempo que Álvaro Arizaleta sajaba la atmósfera lanzando sus letras desde el altar de la Batería. El público coreaba el tema y se lanzaba al abismo sin dudar.
Todo se escapaba en un fulgor dinámico difícil de agarrar y pronto llego la inquietante Escalofrío, y de ahí a La Lombriz en Tu Cuello, una verdadera corriente estremecedora que divagaba entre ecos, y sintetizadores sinuosos en los que perderse con la única referencia de los golpes de sample.
Y de golpe llegó un pase a la otra banda, y se hicieron más que visibles los cambios en la propia discografía del grupo, cuando Cristina Martínez empezó a cantar «A la Espalda del Mar», y se pudo ver otro concierto con emociones enfrentadas a las vividas hasta ahora. Me deje arrastrar por las mareas de sus paisajes ausentes e irracionales y perdí de golpe la costa.
Reconocí «Perlas», pero no desperté hasta «Toro», cuando el público termino de enloquecer y el estruendo me saco de mi inopia. Es normal que el fuego sobre el escenario no llegue en los conciertos a la platea, pero cuando miré alrededor, reconocí en todas partes pequeños conatos de incendio, lejos y atrás, arriba y abajo.
«Coincidimos en los baños, siempre te gustaron largas», la gente cantaba, mientras otros se miraban con sonrisas sardónicas, «nos vamos a Berlín, no quiero reproches»… y la sala terminó reventar.
El Columpio dejo el desaguisado montado y volvió para rematar, cerrando un concierto que nos dejo cara de liebre cuando le dan las largas, y la cabeza azotada por un vendaval.