Por Rau O’Clock
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El pasado 25 de abril habría celebrado mi cumpleaños en un concierto, el de Nick Cave. Me compré la entrada junto a unos amigos con meses de antelación y estaba contando las horas, los minutos y los segundos para que llegara ese día. Estaba dispuesto a llegar muchísimo antes al WiZink Center para hacer cola y en cuanto abrieran salir escopetado a la pista para llegar lo más cerca posible del escenario. La verdad es que cada vez me agobia más estar entre una masa de gente, por si hay una avalancha o algo, pero en este caso me apetecía coger el mejor sitio, en primerísima fila, porque he visto que Nick Cave suele dejar que sus fans se suban al escenario y se deja abrazar, les pone el micrófono para que canten, coge de las manos a la gente y a los más afortunados les canta unos versos mirándoles a los ojos. La conexión que se produce entre el artista y el público es tan fuerte que quería experimentarlo, aunque sé que hubiera sido difícil que me hubiera elegido justo a mí de entre toda esa multitud. Pero ahora me he puesto a ver vídeos para saber cómo es, o era, su gira y ya no me parece tan difícil porque últimamente subía al escenario casi media pista. Hubiera sido un regalo de cumpleaños muy especial, pero el coronavirus cambió el grupo cabeza de cartel de mi cumple y en vez de Nick Cave and The Bad Seeds fueron mis amigos quienes me cantaron, pero desde sus casas y yo en la mía, claro, una sorpresa tremendamente especial.
Ahora, este concierto se ha pospuesto al 23 de mayo del 2021, más de un año más tarde que cuando estaba previsto. Me pregunto si para entonces ya podrá celebrarse tal cual hubiera sido si nunca hubiera llegado el maldito virus o si esa antigua normalidad ya forma parte del pasado. ¿Me podré subir al escenario y Nick Cave me cantará a menos de un metro? Probablemente no, aun habiendo quedado atrás la pandemia, pues me temo que esto va a suponer un antes y un después en los espectáculos en directo, incluso a largo plazo. Ojalá me equivoque y sea algo pasajero, pero si no volvieran a ser como antes, estoy seguro de que los organizadores de eventos y los propios artistas se las ingeniarán para contrarrestar esa pérdida de distancia con el público y entre el púbico, y gracias a esas limitaciones surgirán propuestas interesantes para que un concierto siga siendo una de las mejores experiencias de la vida, como lo es también, por ejemplo, ver una obra de teatro.
Durante el estado de alarma también me he perdido a Cabiria en el Madrid Popfest que iba a celebrarse en la Galileo Galilei, a Putochinomaricón en la Moby Dick y a Cecilia Bartoli en el Auditorio Nacional. Pero en vez de asistir en persona a las salas de conciertos y recintos de los festivales, hemos «asistido» a través de las pantallas de nuestros ordenadores, tablets y móviles a los emocionantes directos que músicos de muy diferentes estilos han dado desde las habitaciones, salones, balcones y jardines de sus propias casas vía Instagram o Youtube. Al menos hemos podido disfrutar de grandes artistas que nos han hecho más llevadero el confinamiento gracias, por ejemplo, al One World: Together at Home, impulsado por Lady Gaga con el objetivo de recaudar fondos para que la Organización Mundial de la Salud tenga más recursos para luchar contra el coronavirus.
También hemos descubierto a un montón de solistas y grupos prometedores, entre otros ya consagrados, que han programado iniciativas españolas como #YoMeQuedoEnCasa Festival, el Streaming Festival o el Cuarentena Fest, para apoyar a parte de la industria musical. En este último vi a Casero, uno de los conciertos que más me gustaron de estos días atrás.
Conciertos para ver desde el coche, conciertos en salas vacías con el público viéndolo desde sus casas… Con todo esto no puedo evitar suspirar cuando recuerdo la música en directo pre COVID-19. «Primero se hacía un corro dejando un vacío en el centro y la gente se miraba como cabras montesas antes de darse con los cuernos. Cuando la canción lo pedía (era algo que todo el mundo sentía instintivamente) iban todos al centro como coches de choque. Tenías que poner la tripa dura y los brazos en tensión porque recibías empujones a diestro y siniestro. Tú también tenías que darlos, de eso se trataba, pero siempre de buen rollo, aunque a veces había quien salía con la camiseta rota, sangrando o con un diente menos. Durante ese zarandeo frenético se caían llaves, móviles, zapatillas, volaban vasos de plástico con culines de cerveza y la gente terminaba empapada en sudor. Por supuesto, podías entrar o salir cuando quisieras (bueno, salir era más difícil), depende de la caña que te pidiera el cuerpo. Y si te caías, los mismos que te habían tirado y pisoteado sin querer, te levantaban. La mayoría de las veces eran muy suaves, he bailado Paquitos chocolateros más fuertes, pero cuando pillabas uno auténtico, ¡wow!, el subidón de adrenalina era brutal«, así le contaré a mis futuros hijos cómo eran, por ejemplo, los pogos.
No, venga va, en serio, ¿volverá a haber pogos algún día? ¿El público podrá volver a subir al escenario? ¿Los músicos podrán volver a saltar al público como si fuera una piscina y flotar sobre ellos mientras cantan? ¿Volverán las olas y los coros de público multitudinario? ¿Volverán los paisajes estrellados que forman en la oscuridad las linternas de los móviles en las canciones lentas? ¿Volverán a interpretarse obras, en el caso de la música sinfónica, para las que se necesitan a cientos de músicos sobre el escenario? ¿Volverá la cercanía en las pequeñas salas o la distancia social ha llegado para quedarse? ¿Cuándo le podrán volver a chupar los pezones a Ignatius en un concierto de Petróleo? Son preguntas que ni los expertos en el tema se atreven a contestar en estos momentos de incertidumbre.
En el fondo soy optimista y con estas palabras quiero contagiaros mis ganas de conciertos como los de antes. Hasta ese día tendremos que seguir disfrutando de la música en directo de la forma más segura que se pueda y siendo responsables. Así contribuiremos a salir antes de esta situación y ayudaremos a que los músicos, técnicos, salas, etc., vayan retomando cierta actividad. La nueva normalidad nos presenta un escenario complicado, pero también va a traer cosas positivas. Y la música siempre nos va a acompañar.
Espero que este texto quede obsoleto en un tiempo, cuando la pandemia haya desaparecido por completo y podamos volver a estar todos juntos y revueltos, sin miedo. Pero de momento va a ser algo así:
Rau, quiero comerte el ano, soy Jaime.