Crónica by Dimas Pardo

Fotografías by Ovejo


Aunque no iba cogido de la mano con nadie y el ambiente era de marcha, me pasé toda la avenida de la universidad hacia el recinto del festival recordando mis años de carrera. Sí, los veía deshacerse como las hojas secas que aún daban vueltas sobre su pezón en la cera de la media tarde. “Mira, es como si hicieran break dance, le dije a una desconocida que aceleró el paso y apartó la mirada con miedo.

Mi otro deseo, junto al de volver a matricularme (de forma gratuita y con la misma edad que la primera vez), era que, por Dios, la organización nos pasara el setlist del concierto. Salvo esa misma mañana en mi vida había escuchado más de Los Simple Minds que su “Don´t you y mi nivel de inglés (un cuestionable C1 en mi C.V.) no estaba como para tirar de un hilo de la letra y descubrir el título

Con un risueño degradé en las mejillas nos recibió Leonor Watling en el casillero de prensa. Al menos se le parecía mucho, debía ser su hermana guapa. Sí, su hermana más guapa. Hasta a mí me sorprendió el nivel. Le dimos nuestros nombres falsos porque evidentemente nosotros no habíamos pedido pases para “aquello”. Estábamos de rebote y porque a nuestro jefe, muy fan de Los Simples, lo habían parado en no sé qué movida en la frontera con Italia. Por la presión y la impresión le di dos veces mi nombre verdadero y una el falso. Su mirada cómplice y el pequeño guiño de su comisura me indicó que pese a mi evidente fallo y estupidez me dejaría pasar.

¿Cómo te llamas que te busque en la lista?

-Dimas.

-¿Cómo?

-¡Dimas!.

-Aquí no hay ningún Dimas.

-Digo, Ray, me llamo Ray.”

Ella nos acompañó adentro. No recuerdo muy bien la entrada del sitio porque andaba totalmente absorbido por la madurada idea de pedirle matrimonio antes de que acabara el concierto. Sin embargo, a los flancos de mis ojos, me resultó un lugar muy verde y bonito el recinto, como hecho para mi boda inminente. Aquí sería, sin duda. Ese tipo de gente que se queda en el garden de una discoteca ibicenca intentando sacarse la mancha de cubata nos haría de invitados y de testigo.

Al Ovejo, el tipo que había decidido poner de cámara se lo llevaron para adentro del foso. Suelo poner a muchos de mis colegas de fotógrafos en los conciertos a los que asisto como prensa. Quizá un día haga un sorteo en la revista, cual youtuber imbécil, y os podáis venir uno de vosotros.

Era gracioso. Él con la cámara de su móvil mientras que los enviados de El País, El Mundo y toda esa calaña profesional lo empujaban con sus grandes objetivos. ¡¡¡El tamaño no importa!!!”, se le oía regruñir mientras corría de un lado al otro de la trinchera intentando lucirse como fotógrafo alfa.

Empezó a sonar “La 1” que en ese momento no sabía como se llamaba, (The Signal and the Noise) “¿Qué tal, amigos?”, acompañó Jim Kerr. Me dije, “Mira, qué viejo más animado”. Y la verdad es que lo estaba, ¡y toda la banda! Sonaban mucho mejor, con más fuerza y empaque, que en los pocos temas que me había escuchado en Spoti para prepararme mínimamente aquello. Es como si una sección del geriátrico, travestida como Los Chunguitos, se mearan en aquellos Simples de los ochenta, tan jóvenes y en la onda.

La 2” (Waterfront) me resultaba tremendamente familiar. Es como si la hubieran fabricado para adornar los recuerdos más etéreos de mi infancia, esos que quedan tapados como una cortina. O a lo mejor solo a mí. Sufrí un golpe en la cabeza por un columpio en mi tierna infancia y desde entonces todo es confuso y borroso. “¡Magnífico, no estoy en un concierto, estoy en un recuerdo donde alguien se ha dejado la radio enchufada. ¡Mola”.

Entre el público se movía gente de cierta edad que me miraba y pensaban para sus adentro: “Ojalá su jefe, cuando salga del atolladero en Italia, le compre una grabadora o un sujetavasos para colgarse al cuello el mini de cerveza mientras escribe. Así dejará de hacer el imbécil transcribiendo en la libreta con el boli mientras apoya el vaso en la axila intentando que no se le derrame.

La banda estaba acompañada de voces a color, no digo “a color” porque las señoritas del coro fueran de raza negra (melanoderma) si no porque pintaban con cada palabra alargada y espesa que salía de sus potentes gargantas. Agraciaban con calor, un tocado nemes, y empujaban la actuación más que el resto del instrumental eléctrico.

El cantante no paraba de repetir “Madrid” cada dos por tres indicando que sabía perfectamente donde se encontraba. Pese a la edad no hacía falta que nadie lo guiara desde el escenario a casa, pensaría el hombre. De hecho “La 5” (Sense of Discovery) , “La 9” (Walk Between Worlds) y “La 13” (Dolphins) sonaban de lo más duro y afilado, como recién compuestas. De llevar medallones y look de la costa Oeste juraría que podían estar improvisando.

Pude encontrarme familias enteras, como si fuera domingo, disfrutando de la escena y el paisanaje . Le dije a Igor, hijo de la pareja, “Menos mal que tu padre te ponía buena mierda y no como a mí, que acabé hasta la polla del casete de Julio Iglesias desde el pueblo hasta Lorca ida y vuelta”, “Yo escucho de todo menos reguetón, chaval”. Oh, cuanto me recuerda a mí ese adolescente. Sí, hater del reguetón y de concierto… ¿con sus padres? … ¿un sábado?

Creo que fue entonces cuando se torció todo, entre “La 15” (Don’t You Forget About Me) y los extensos bises: Promised You a Miracle, See the Lights, Alive and Kicking, Sanctify Yourself. Nos encontramos con una inolvidable pareja extremeña, Pedro y Valentín, que decidieron acogernos en su más que sabio abrazo y pagarnos unas cuantos minis de cerveza e invitarnos a cigarros.

Los vi en 1994 en el Hotel Palace cuando vinieron. Qué quieres que te diga… lo he visto mayor, pero esto es pura magia”, nos dejó, como recordatorio de que lo místico es incólume y que, sin embargo, nosotros somos perecederos, Pedro.

Las maduras son las que más follan”, apuntó, desde los estratos en los que a esa hora flotaba, Valentín.

La camaradería, el buen rollo, y los minis de cerveza a escote, nos llevó a una gran confraternidad que al día siguiente se vio reflejado en las peticiones de amistad que nunca aceptaríamos y en la posibilidad de irnos con ellos a por coca y a por putas. Declinamos la propuesta, diré, en favor de ir en busca de alguien que tuviera el puto setlist, así de profesionales somos.