kaya-scodelario

La conocí en Ibiza hace un par de años. Fue allí donde me enseñó a vivir como es debido. Se llamaba Lucía pero nadie se dirigía a ella así. A esa chica de pelo castaño, ojos verdes y mirada penetrante se le veía venir. Era un peligro, una bomba de relojería a punto de explotar. No le importaban los desperfectos que podía causar o las víctimas que caerían con ella, lo único que quería era llevar las experiencias a la máxima expresión.

Yo aún no era consciente de ello, pero todo comenzaría ese luminoso día de agosto, cuando, sin preverlo, la encontraría en una de las calas más paradisíacas de la isla: cala Tarideta.

Cuando llegué no pude evitar mirarla. Era imposible no hacerlo. Allí estaba ella, totalmente desnuda, junto a una amiga suya (también en cueros), viendo la vida pasar, sonriendo y hablando a gritos sobre la última canción de Chet Faker que habían descubierto. Yo estaba alucinando, pero prefería no meterme en su conversación. No era por falta de ganas, simplemente no era el momento. Quizás más tarde lo fuera.

Mientras tanto, mi ritual diario de acomodamiento en la arena había comenzado. La colocación de la toalla en un sitio estratégico tiene un arte especial, algo que tendré tiempo de explicaros más adelante. Con todo a punto, el momento de cerrar los ojos había llegado. Relajado e intentando no quemarme con el intenso sol que hacía ese día, no era muy complicado saber que en unos minutos caería en un profundo sueño debido a los excesos de la noche anterior. Y así fue.

Llevaba apenas unos días en la isla y ya estaba enamorado de ella. Aunque nunca había sido muy fan de la playa, necesitaba un cambio total en mi forma de vida. De un día para otro había dejado mi deprimente trabajo en una consultora y estaba preparado para todo. El objetivo era sobrevivir durante unos días a base de un pequeño trabajo de Dj que había conseguido y ver qué deparaba la aventura. Sin presiones. Sin billete de vuelta.

Y en ese sueño mi mente no paraba de evaluar los pros y los contras, todo lo que dejaba en Madrid. ¿Hacía bien? ¿Me arrepentiría? Llevaría tumbado en esa posición al menos media hora cuando de repente escuché una voz femenina que susurraba algo a mi oído. El sol me cegaba, pero algo me decía que sería una de las dos chicas que había visto antes.

Giré mi cabeza 90º y la ví. Era una de ellas. Sí, estaba seguro.

– Hola, aquí tienes tu camiseta. El viento la ha arrastrado hasta nuestro sitio – me dijo con una media sonrisa en la cara.

De cerca, su figura era aún mejor. Le notaba algo diferente y tarde una milésima de segundo en darme cuenta de ello: se había puesto el bikini. Normal, pensé.

– Muchas gracias, no me enteraba de nada, estaba KO.

– Nada, no podía dejarla ahí tirada. Por cierto, encantada, soy Lucía. ¿Cómo te llamas?

– Soy Mateo, pero me puedes llamar Matt. Un placer.

Y esas cuatro frases, ese golpe de viento, fueron el inicio de una chispa imposible de haber pronosticado unos meses atrás.

(Continuará…)