Por El Indigente

La película El Triunfo, basada en hechos reales, es un homenaje a Samuel Becket y su obra “Esperando a Godot”, máxima representación del denominado teatro del absurdo, del existencialismo que simboliza la ausencia de sentido de la vida humana, en la que dos vagabundos esperan en vano a un tal Godot, con quien se supone tienen una cita, pero que nunca llega. Y nadie mejor que los presos de una cárcel para representar a esos personajes de la ficción en su propio sentimiento de la espera, a ser libres otra vez, a interpretar su propia realidad. Y a ese centro penitenciario llega Etienne, un actor en paro y que dirige un taller de teatro, para que un grupo de internos representen la obra de Beckett, dentro de un proyecto de inserción social, con permiso de la Directora de la prisión y la autorización y supervisión de la titular del Juzgado.

La película, que obtuvo el premio a la Mejor Comedia Europea en los Premios del Cine Europeo, no es tanto una comedia sino más más bien un drama, el del propio Etienne y sus frustraciones por no haber alcanzado el éxito, sumados a sus problemas familiares,  y el de los presos, por no entender el significado de la obra que tienen que representar. Eso sí, la gran labor de sus actores (algunos pertenecientes a la Comedie-Francaise), que transmiten  humor y alegría a la hora de intentar entender el absurdo de la obra que tienen que representar para al mismo tiempo olvidarse del hastío y amargura que viven dentro de su cárcel personal,  convierten la película en tragicomedia, en la que destaca su actor protagonista, Kad Meran (conocido por su interpretación en “Los chicos del coro”), y su improvisado y original monólogo en la última secuencia.

Después de seis meses de ensayos, entre deserciones y dificultades, se estrena la obra teatral y es tal su éxito que a la compañía la van ofreciendo otras actuaciones en teatros cada vez más importantes, cada vez más lejos, viajes que iluminan la expresión de los protagonistas, por disfrutar fugazmente y recuperar ese transitorio mínimo grado de libertad, de reintegrarse por unas horas a la sociedad, de sentirse otra vez libres, hasta reivindicar que no les cacheen a su regreso a la cárcel o que no les confisquen los funcionarios de prisiones los regalos que el público les entrega al final de las representaciones; así hasta la invitación final para actuar en el Teatro Odeón de París, en donde “el triunfo” va a tener su reverso, las dos caras de la moneda.

Termino con una frase del director (también guionista), Emannuel Courcol, que define lo que transmite su película: “No quiero hacer películas desesperadas, incluso cuando lidian con realidades oscuras, mientras exista un elemento humano, siempre habrá un rayo de esperanza”.