Lo kinki vuelve a estar de moda. Y parece ser que no es una moda pasajera sino que ha vuelto para quedarse, pisando fuerte. Hace unos diez meses, exactamente el mismo cartel había llenado la sala Ochoymedio que el pasado sábado 22 de octubre un público leal y heterogéneo volvió a aclamar la necesidad de esta rareza de subgénero del rap español.
Como en el pasado marzo de este año, Cecilio G fue el encargado de inaugurar este ciclo de TRVMP iniciado en septiembre. Ya con el vaso en mano, y no es necesario mencionar que no era el primero, salió al escenario enseñando pecho pero encontrándose con un problema de micrófonos que retrasó el comienzo de su show. Revoltoso y viniendo y saliendo del escenario, yendo al backstage, no le faltaba buscar al público para valerse por sí mismo. Él es Juan Palomo, yo me lo guiso yo me lo como. No obstante, cabe señalar que esta actitud empezó a a aburrir un poco a un tipo que casi no mira ni necesita a nadie para cantar unas letras cargadas de fallos rítmicos y de expresión, hecho que lo particulariza hasta ser su seña de distinción. Jarfaiter, en cambio, estuvo más revoltoso y suelto de lo normal. Como un niño ilusionado, gracioso y nervioso, correteando de un lado al otro del escenario e interactuando con el público en todo momento; en definitiva, librándose a la espontaneidad, el de Tetuán disfrutó de una soltura que va adquiriendo por un bagaje cada vez más sólido y consistente que lo sitúa como un referente indiscutible en el panorama del trap español. Respaldado por su escudería de siempre y su chándal habitual, éste sí que reclamaba a los de abajo, tanto que un par de veces se bajó entre ellos para perderse entre saltos.
El turno de El Coleta – el mejor plato queda reservado para el último puesto – era de lo más esperado. Con gafas de sol – como no podía ser menos -, llenó la Sala BUT de flamenco cani ochentero coreando letras llenas de referencias que, curiosamente, pocos podían recordar sus referencias. Y es que lo paradójico de la fidelización del de Vallecas es que ésta está comprendida por un colectivo que la mediana de edad no suele superar los veinte y cinco, gente que no vivió los tiempos de la movida o no tuvo amigos que podrían ser personajes de películas de Eloy de la Iglesia. Jarfaiter subió al escenario ya al final para colaborar con un par de temas que mucho tienen que ver con su línea de barrio canalla, como era de esperar, pero no lo hizo Cecilio G, sorprendentemente, ya que sí se pudo ver semejante imagen la anterior vez. Un colegueo entre los dos primeros que se percibe desde el minuto cero y en todos los carteles que rulan últimamente por la Península, que suelen compartir. Para acabar, unas bases electrónicas que podrían cerrar Monegros perfectamente a modo de catarsis eufórica y que recuerdan lo que nos resalta Jarfaiter cuando le preguntan por el contenido de sus temas: el rap no debe ser un medio político sino, sobre todo y ante todo, de entretenimiento y diversión.
By Andrea Genovart