By Dimas Pardo
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Y justo aquí, en este siempre florido párrafo de entrada, debería venir cuando hablo de lo bien que me lo he pasado en el festi y lo ha agradecido que estoy al BBK Live…, ¡PERO NO!, toca poner que el sábado hubo un error con mi pulsera del festival: a los camareros les señalaba algo así como “Estás en la lista negra” cada vez que intentaba pedir una cerveza. Por lo que tuve que ir a preguntar a información. Fue allí cuando me rodearon, con malos humos, los de seguridad y me acusaron fríamente de suplantación de identidad y de robar material del festival.
#nobroma
Me retuvieron contra mi voluntad durante más de una hora, justo en uno de mis conciertos favoritos, me registraron y me acusaron de lo peor sin haber hecho nada. Una hora temblando y replanteándome mi vida bajo la intensidad de un staff con cara de malo y preparado para amedrentar y no dar explicaciones. Siquiera me dejaron ir a mear… Luego un “gracias por su colaboración”, “todo ha sido un error de la pulsera” y “toma dinero para que te pidas un trago y se te quite el susto”. No tuvo gracia. (Elaborados insultos a la seguridad) ¡¿hacerme dudar a mí de mi hijoputismo?! (Burdos insultos a la seguridad) Quiero que el año que viene el festival se llame “Lo siento, Dimas 2020”. Sin embargo, los grupos no tuvieron la culpa, así que procedo a premiarlos.
PREMIOS Y CRÓNICA – BBK LIVE 2019
-Derby Motoreta´s Burrito Kachimba: Premio “La mejor banda que no conocía pero había escuchado antes en algún casete de Medina Azahara o Led Zep”
Cuando los vi con esas pintas de portada disco de los setenta, de banda de motoristas agitanada, de dobles de Robert Plant, restregándose por el escenario como si hubieran consumido parte del LSD melífero que desprendía su música, ooooh, supe que merecían la pena.
A una hora intempestiva, como son las seis y media de la tarde subido a un monte, y ellos haciendo que bebiera cada vez más rápido y que lo intentara imitando solos de guitarra y falsetes de cantaor.
Quemaron su primer disco de cabo a rabo, no tienen más, y alargaron lo que pudieron ante un público entregado y sorprendido. Nadie esperaba que en tierra de Liam Gallagher y The Strokes se escuchara algo tan kinki y navajero. Algo que mereciera la pena para alzar los cuernos y llevar pulseras de pinchos.
“Aliento de dragón” “El Salto del Gitano” “Grecas”… fueron la lava de un monte que no esperaba una erupción tan temprana, al menos no una que sonara a Triana y Lole y Manuel, a Hendrix y Camarón. Perdón por la poco conseguida metáfora del volcán. Me gustan. Cuando no hago metáforas sobre ellos pinto miniaturas de los más famosos. El del Popocatépetl me quedó chulísimo.
– Liam Gallagher: Premio “El espíritu de Oasis”.
Hasta su actuación en el BBK la duda me carcomía; sí, los dos son un hooligans insoportables, arrogantes descerebrados cuyas cabezas solo servían como mostradores de peinados mod en los noventa, pero ¿quién era más Oasis de los dos hermanos Gallagher? ¿quién era el espíritu? ¿quién era el artista? ¿quién hizo más orgías con enanos en el backstage? ¿quien esnifó más coca sobre vientres de asiáticas amordazadas? ¡¿quién?!
Este año, Dios bendiga al dios del britpop, he podido toparme con los dos Gallagher, y puedo sentenciar que el genio creador puede que sea Noel, pero el puto espíritu canalla de la banda, las gafas de sol y el corte de mangas al mundo, de Oasis, es Liam “Fucking” Gallagher.
Con sus míticas manos a la espalda y su mandíbula como saboreando un chicle preternatural y rizomático, cantó todas las que un fan de la banda de los noventa podría desear: “Rock ‘n’ Roll Star”, “Morning Glory”, “Slide Away”, “Roll With It”, “Wonderwall”, “Supersonic”… Incluso algunas más rebuscadas como “Cigarettes & Alcohol” o “Columbia”. En esta etapa del concierto perdí mis gafas, la bandana y el alma por los suelos. Todas sonaban sin la más mínima variación. Oasis había vuelto de la muerte y las broncas pueriles entre hermanos.
Si hubo un parón fue para escuchar los temas del propio Liam en solitario, pero para nada aburrieron, seguían manteniendo el estilo y divirtiendo. Yo aprovechaba que había menos jaleo para buscar mis gafas y mi bandana por el suelo. Encontradas en “Wall of Glass” y en la versión extendida de “Bold” respectivamente.
Liam se despidió con la sideral “Champagne Supernova” y nuestras vidas siguieron, pero más bonitas que antes de su concierto.
-Thom Yorke Tomorrow´s Modern Boxes: Premio “Eh, es Thom Yorke de Radiohead, ¿por qué no toca Creep?”
Llegó ese momento mágico en todos los festivales en el que, acabados los conciertos, no soportas al dj. Así que abandoné a mis amigos drogodependientes sometidos por el de la mesa de mezclas y me fui a ver a York (Jamón de). Camaradas y desconocidos me lo impedían: “Tío, no vayas, no merece la pena” “Tío, no es Radiohead, te va amargar la existencia”. Pero yo tenía que ver ese párpado caído en acción, ese ojotruenigo que tantas preguntas, como el de Bowie, nos ha suscitado. ¡Maldita sea! ¿¡por qué le pende como la persiana atascada de mi casa alquilada de la playa?!
Pronto lo entendí: “La vanguardia contemporánea no le interesa ni a su puta madre en un festival”. El aglutinamiento de sonidos metamodernos venidos de la electrónica, el ambient, krautrock o alt-pop no son cosas que quieras pasar con el kalimotxo. Es aburrido. Y aunque “A brain in the bottle” o “Interference” sean dignas de estudio, yo no paraba de repetirle borracho a la gente “Eh, es Thom Yorke de Radiohead, ¿por qué no toca Creep?”. La gente me daba la razón. Yo les decía: “Claro, toma un trago”.
-The Voidz: Premio “La banda que no le gustó a nadie pero a mí sí”
No voy a entrar en el peinado de Casablancas ni en cómo lo deja salir así su madre de casa. Tampoco en la ilusión que me hizo verlo aparecer por primera vez o el gusto que fue entregarle mi virginidad tras los escenarios cuando acabó la actuación. Cuando me tocó a mí, quiero decir. Había una larga cola de grupies encandiladas que eran más bolsa de cristal que persona a esas horas.
El concierto de The Voidz demostró a simple oído una cosa: Esta es la banda con la que Julián se desahoga y golpea con la experimentación. Por un lado, un gusto porque podemos ver como abre su mente a nuevos e interesantes conceptos ensayísticos. Por otro lado, un gusto porque así no se le va la olla tanto con The Strokes y lo deja flotando en sus lindes. Lo que nos gustan a todos.
Solo me encontré con negativas y caras largas tras el concierto, pero yo los vi a todos bailar atados a otras fuentes, divirtiéndose con nuevos sonidos, con la eclicticidad y la vanguardia apegada al rock (no como con Jamón Thom York). Funk, psicodelia, new wave y puto garaje para bailar junto a los neónicos atavíos de la banda. Aunque “The Eternal Tao” suene insoportable en estudio, es una pieza indispensable en su directo.
-Rosalía: Premio “La choni con estudios/la Beyoncé de la apropiación cultural”
Sé de buena mano que esta chiguita la última vez que pasó por estas tierras, con su primer disco, solo fueron a verla, en petit comité, los puretas del flamenco. Buscadores de oro expertos que estuvieron allí para ver como brillaba, entre tanto lodo, este piropo dorado. Aplaudieron cada gramo.
Su vuelta ha sido otra cosa.
Rosalía consiguió metamorfosearse, pero a la inversa. Fue una cristalina mariposa y ahora un capullo. En poco tiempo solo un gusano de los cientos. No es una crítica que me guste hacer. Ni una predicción que espero acertar. Ojalá vuelva a mariposa, o no, más allá, a transformer eufónico con tracción a las cuatro ruedas y miles de pistolitas en los hombros. Pero ahora solo es una choni con estudios. La mejor de las artistas encorsetada en el peor de los formatos y con el peor de los públicos.
He de reconocer que no había visto un pifostio igual sobre el escenario. Cada movimiento y sonido medido para crear expectación y agrado. Todo a lo grande, con bailarinas clónicas de peinado diseñado milimétricamente y la primera afrogitana reconocida en los coros. Como un musical. El de una niña de barrio con un retablo de iglesia en vez de uñas y una espesa careta de maquillaje perlado en vez de cara.
Los que no disfrutaron de su música repasaron cada pose de Beyoncé que clavaba sobre el ventilador, esperando, que, de aquel top parco y sugerente, en algún envión impreciso y agitado, se le saliera un pezón, místico como la oblea más grande de la misa. No hubo forma, estaba tan bien colocado como el peto de Xena. “¿Te imaginas que estamos en el concierto en el que se le sale una teta a Rosalía delante de 40.000 personas? ¡Legendario!”, oí decir al fumeta que tenía delante.
Los que sí lo pasamos bien intentamos situar canciones, bailar como en las barriadas y hacernos los modernos con el “trá,trá”, que a partir de ahí sonó como coletilla en cada puta frase coja del festival. Mis preferidas: “Catalina”, “Pienso en tu mirá” y coño, la versión de Las Grecas, “Te estoy amando locamente”. Pedí “Cuando zarpa el amor”, pero no hubo suerte.
Las peores, las que tenía que poner cara de poligonera, ex del Jonathan, para interpretarlas: “Con altura”, “Malamente”, “Aute Cuture”, “Di mi nombre” y alguna que otra más. Citando a la amiga: malamente. Muy malamente.
-The Strokes: Premio “La mejor banda del festival y ya está”
¿Soy el único que sufre el efecto «Ricitos de Oro» en los festivales? Primer día: Lo doy todo, incluso un poco más. Segundo día: Estoy muerto y no puedo con mi alma. Tercer día: Justo el equilibro perfecto. Pues este era mi segundo día y estaba atomizado por la resaca y encima cabreado por esas 40.000 personas que no me dejaban llegar a la barra para volver a coger el punto. De hecho, a cinco minutos de que empezara el show de la que puede ser mi banda internacional preferida, todavía estaba intentando llegar a mi reparador katxi junto a mis colegas.
Una vez conseguido y gracias a que estos hijos de puta, Loh Ehtroqueh, se retrasaron, pudimos apretujarnos bien delante entre el público. Teniendo en cuenta que esta banda lleva haciéndome flipar desde el instituto es bastante raro que diga algo malo de ellos. Sí, como decía esa pancarta que ondeaba entre el público y que se llevaron consigo: “Strokes lets my play”. Suena cursi, pero lo pongo porque no recuerdo si la frase era realmente así y me hace gracia equivocarme en inglés.
No lloré con todas. Pero apreté la mano de mis compañeros con muchas. The Strokes puede ser la única banda que ha reconocido que solo debe tocar las canciones de sus primeros discos, los que la gente considera buenos y famosos. Esto es algo bonito y revelador, humilde. Ninguna banda se traga el orgullo, lo reconoce, y lo hace. Ellos sí. También una jodienda porque a mí sí me gustan los últimos discos, y porque puede resultar predecible un set list así, ya que siempre o casi siempre tocarán las mismas.
No he visto nada más virtuoso en directo, algo más compenetrado ni más exacto. Sonaban, literalmente como en sus discos, no fallaban una nota, pero eso sí, sin parar de hacer bromas y de estar de buenrolleo. De hecho, nadie sabe el nivel de alcohol en sangre de Casablancas porque estaba “demasiado simpático” para un público que los esperaba borde y huraño. Juntaron 40.000 personas ojipláticas para dar botes y yo no los veía, solo estaba pendiente de como se acompasaban las variables de los leds a un cantante que hacía lo que quería con su voz. Hacer parecer que cantas mal porque encaja con tu estilo garaje. Ese es el truco.
Después de superar la trasnochada estética de Nikolai Fraiture, franco-ruso tenía que ser, fui al descubrimiento de Nick Valensi, alguien que creía por debajo de Alberto Jamón Hijo, pero que sin duda lo superó en este espectáculo. Salvo por el culo, el de Alberto, que era sobradamente más destacable. Lo advirtió, salivada, mi vecina de concierto.
Comenzaron con la que es una de las mejores canciones de toda la historia para empezar un concierto: “Heart in a Cage”. Y luego le siguieron otros tantos himnos de ese tercer disco como “You Only Live Once” o, “Ize of the World”. Las más aceleradas y revientapúblicos: “New York City Cops”, “Hard to Explain” y un “Reptilia” que sonaba tan mágico y top como en aquel anuncio de hace mil años que anunciaba el FIB, y que tuve que buscar a oído porque no existía ni Shazam, ni nadie entre mis colegas que reconociera el tema ni la banda. La peor: “12:51”, una de las más icónicas de su discografía pero que sabía yo que no podía sonar igual en directo. Demasiada magia de estudio como para hacerle justicia en la vida real. Las nostálgicas: “What Ever Happened?” “Someday” “Is This It” “Last Nite”. Y con esta acabaron. Una pena. Alberto, nunca debiste coger ese micro con el que Julián te obligaba, de coña, a despedirte de todos nosotros. Nunca…
-Laurent Garnier: Premio “Al DJ más rayante y con más pastipúblico”.
El “Basoa” es un concepto. Es allí donde paras cuando todo lo demás no te necesita. Los árboles te siguen. Como la mayoría de drogas que te acaban ofreciendo en lo que tardas en encontrar, allí mismo, a tus amigos perdidos. El sonido monocorde y repetitivo de un dj ibicenco y desfasado se comerá la carne de tu sien hasta que por fin entre a poner huevos en tu pituitaria. Se alimenta de sesos y de luces láser ese gusano.
Por todas estas razones tuve que abandonar la zona del Basoa, la zona de electrónica cuando acaba lo demás. Había demasiada gente con la cara desfigurada en la oscuridad. Laurent Garnier sonaba en el laberinto. Iba a por mí. Ahora que no encontraba a nadie y se me habían pasado los efectos del alcohol pero no el frenesí achampanado de la juerga. Techno, house, saber que el tipo ha estado ahí desde el principio. Fue suficiente para que Laurent me impresionara y me cabreara. Como la hormona K en la ciencia ficción, la dosis justa te hace flipar y ver más allá, una dosis superior te lleva al malestar, la hipnosis zombi y finalmente a la locura. Ese día chapamos el festival.
Accésits honoríficos: