Imaginaos por un momento que estáis perdidos en medio de la carretera desde hace ya un par de horas, en la mismísima nada, y al doblar una de esas curvas infernales dais con una aldea. Os bajáis del auto y todo resulta ser aparentemente normal, pero después es lo más parecido a un parque de atracciones: un espacio de arquitectura desordenada y multicolor, personajes de todo tipo pululando y una banda sonora que alterna aullidos y carcajadas sin cesar. No es que la situación de estar deambulando en el desierto, sin rumbo ni dirección, para despertar en un entorno desatinado y sobreestimulado parezca algo loca. Es que lo es, y mucho. De esto se encargan de hacer esta nueva banda emergente de Madrid, Perro Amigo, con solamente un primer EP bajo el brazo, Pueblo Diablo.
Originada en Los Ángeles, la banda aterriza de modo oficial el próximo miércoles 28 de diciembre en la Sala Siroco. Pero antes de cualquier presentación de estreno, olvidemos por una vez – aunque cabe reconocer que hoy en dia es algo difícil – esa presencia de la escena underground que se erige por las calles del centro de Madrid, donde despeinados-de-dos-horas-frente-al-espejo se cruzan en los garitos de moda reconociéndose como posibles candidatos de playlist colaborativa de Spotify. Perro Amigo pasa de todo, hasta de su pose: letras sin dobles sentidos, como su nombre tan elementalmente simpático, y melodías frescas que huyen de perseguir la etiqueta más vanguardista del momento. No pretenden que se les entienda y, mejor, pues no suele pasar: la voz, algo distorsionada y que recuerda a esa estética lo-fi, no tiene más ambición que formar parte de temas desenfadados que empujan a crear una atmósfera donde es lo revoltoso lo predominante. ¿El mayor logro? Que, seguramente sin tan siquiera habérselo propuesto, este cóctel molotov suena seductoramente bien.
Pero lejos de asemejarse a cachorrillos que lanzan un proyecto de un modo inocente y pacífico, este cuarteto busca hacer el animal. Su carta de presentación son canciones musicalmente sencillas, que no simples, y el resto es todo actitud. Y ésta no se puede disociar de la imagen de la banda, al revés: es necesaria en su seña de identidad. Perro Amigo busca lo loco, el disparate, lo absurdo, y eso solamente es concebible en sus concierto. Pisan el escenario con el pretexto de exponer su repertorio pero sobretodo buscando esa complicidad con un público que sabe que desde el minuto 0 va a haber jarama. Lejos quedan, pues, los ex concursantes de OT que encarnan la madurez mientras miran al horizonte acompañándose de una guitarra a qué consideran su fiel amada; ésto es mucho más fácil. Aquí no hay rodeos: un batería, un bajo, un guitarra y una voz versionando ese capítulo de los Simpson donde los niños entonaban “Niños, futuro” sin ningún tipo de trascendencia. ¿Hay algún tipo de sentido en ello? No, y no hay que buscarlo. Pero es divertido. Y eso es lo que importa.
Así pues, se vende por sí solo. No el concierto, que sí, sino todo lo que le rodea: un grupo de garaje-surf pero con su particular dosis alternativa que llaman al jaleo con cada uno de sus temas, todos ellos construidos de una forma consistente. Y es que, puestos a ser sinceros, todos sabemos que nadie recuerda un bolo porque al cantante se le veía especialmente emocionado. En la memoria – que de no quedarnos también sería buena señal – hay el mini de cerveza que se te cayó en la camiseta con la que te acostaste, lo solo que te quedaste entre esa gente igual de perdida que tú pero lo poco que te importaba, todas esas cosas aleatorias que decías a peña que conociste y con la que volverás a hablar sin reconocer. Y todo, todo esto, es lo que ofrece Perro Amigo; y todo, todo esto, pasará este miércoles en la sala Siroco con y por ellos.
By Andrea Genovart