perro-madrid-2016

Foto by Juan Girón

Impresionante directo el que tuvimos el pasado 25 de noviembre con Perro en la sala Joy Eslava. Las expectativas ya eran altas ante este grupo de Murcia poseedor de un sonido alternativo, que se sitúa a medio caballo entre el garaje y un indie español pero tirando a una psicodelia instrumental con la que suelen recrearse. Con una primera planta de sala prácticamente llena, empezaron media hora más tarde entre aplausos y un público que tenía ganas de entregarse y que se notaba que mantenía una relación fidedigna con el grupo. Todos los que hemos visto a los murcianos en otras ocasiones sabemos que no son hombres de muchas palabras, más bien al contrario. Sin embargo, no cabía momento para el aburrimiento sino de hecho, conseguían lo inverso: una intensidad tan y tan alta que exigían una dedicación plena a través de saltos, gritos y coros.

Los conciertos de Perro no son para estar mirándolos, al menos únicamente. Son para chillar, sonreír y, sobre todo, flipar. Y es que se trata de un cuarteto peculiar: dos baterías, un bajo y un guitarra. A veces, uno de los baterías es teclista y voz, aunque la principal es quien lleva el instrumento de seis cuerdas. De hecho, éste es quien hace el show en su sentido más completo; no solamente es el más polifacético del grupo sino que fue el único que se vistió con un mono de astronauta a hacer un poco el loco y tirarse sobre todo el lío de cabezas que había bajo el escenario, que enseguida se animaron con una cremallera que le devolvió a su sitio para continuar hacernos disfrutar con lo que fueron dos horas de concierto. No había, pues, margen para el descanso: todo era una sucesión de tralla de canciones de un set list que estiraron a más no poder. Con un juego de luces oscuros y eternamente intermitente, el ruido de Perro creó una atmósfera en la Joy que te hacía, simplemente, estar. Pero fuera de tus casillas, obviamente. Y eso es posible no exclusivamente por la predisposición de todo aquel que aceptaba la invitación de unos temas compuestos bajo la marca de la desinhibición, sino que el grupo se sentía cómodo y relajado, tocando con una naturalidad y una soltura con la que se te caía la baba. Así pues, el ruido se construía con una precisión más que ensayada y tenida por la mano; no se trata de cualquier grupo que justifica sus notas disonantes por una actitud punky, sino un trabajo alternativo pero que transmite estar cuidado hasta el mínimo detalle.

Con el clásico “Marlotina”, se despidieron de un público eufórico que, contrario al ambiente desenfadado pasota – pero esta vez sin buscar pretenderlo – de donde se hallan, pedía más y más hasta el punto que se podía contar más groupies que no. Y es que sin teloneros – ni falta que les hacía – levantaron el ánimo de esta céntrica sala en cuestión de un chasquido de dedos, que se tradujo en mucho baile loco, mucha cerveza tirada al de al lado y mucho grito random.

A Perro no le hace falta más para que haya movida por si sola. Y movida no solamente buena, sino auténtica.

By Andrea Genovart