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Si se te cruza el cable y te da por ir a un concierto de un tío que sólo tiene tres canciones y una de ellas recién llegada al mundo apenas un día antes, sólo puede explicarse por dos motivos:

  1. Te han invitado y te pilla al lado de casa.
  1. Realmente crees que puedes asistir a algo grande, a uno de esos momentos míticos de la historia de la música en los que sólo un puñado de privilegiados puede decir con orgullo, «yo estuve allí».

Y yo juro que jamás desvelaré qué oscuro motivo me había llevado hasta la sala Costello aquella calurosa noche de junio. Lo que sí puedo afirmar es que llegué pronto al concierto, era tan pronto que Lois (otras veces Lois Trío) estaba fumando en la calle, tranquilo con su gente y su cara pálida.

Nada presagiaba que en el subsuelo del Costello se cocía un buen concierto y todo en el aire anunciaba dosis de amigueo y complicidad. Y eso que en la calle éramos sólo cuatro gatos. El caso es que entro a la planta de arriba de la sala y la gente está hablando bajito y no es que me disguste, si lo pienso en realidad lo prefiero a que la gente hable a voces, pero cuando entro a algún sitio y la gente está hablando bajito de pronto todo parece tener un punto inquietante. Me explico: el camarero es sospechoso, el tío que está a su lado en la barra tomando no se qué notas oculta algo, la parejita de gays que está en el sofá esconde un secreto, los novietes snob que viven en Gran Vía y están de after work al fondo huelen a psicópatas a lo lejos y así todo el rato. Me pido un té helado porque estoy desorientada con todo esto y creo que el azúcar me hará bien. Localizo el acceso al concierto (yo había venido a eso) y me siento en un rincón desde el que observo si Lois y su gente se ríen, se abrazan, bromean, y entran y yo tiro para abajo tras ellos como una jodida espía de la Stasi. Ya en el subsuelo de la sala me da la sensación de que los teloneros han terminado hace apenas unos diez minutos y no se cómo han podido hacerlo tan rápido pero Lois Trío están en el escenario ultimando la colocación de lo suyo. Bullicio y nervios entre el público, además de caras conocidas del mundillo del “hazlo tu mismo” madrileño, algunas Hinds por aquí y ya sabéis cómo va eso ¡¡qué viva la happy people all around the world!!

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Con muchas ganas de que el señor Brea se haga oír, las luces palpitan, llega el silencio y todo comienza. Hay que reconocer el vozarrón que llena de golpe la sala. No está sólo con su camiseta de baseball y su guitarra, para la ocasión Lois prometía banda y se está haciendo acompañar por batería y bajo, la cosa funciona, el sonido abraza y la gente se acomoda en él.

Mientras suena Behold me acuerdo de los Catpeople del 2006 y caigo en la cuenta de que tal vez en Galicia todos los grupos tengan ese punto “melancólico en días lluvioso” en sus canciones que a la limón con bien de sintes te quedan de lujo y visten y empastan un rato bien cualquier tema que se precie. De esto va todo, ¿vale? La gente lo disfruta, lo paladea, el concierto se degusta de tranqui y bien. En general, sonido de calidad, limpio, correcto y profesional, como si fueras montado en un Volvo, seguridad ante todo, colegas. Con I´m not going down acabo creyendo que Lois Brea es el hombre de la voz que evocaba a las mil voces en plan bien, porque lo dicho, este viaje lo estoy haciendo en un señor Volvo y claro, en estas llega una cover de Cosmic dancer (T-rex) y te dices que esto es un regalazo que hay que agradecer y sí, es de recibo hacerlo aunque todo el mundo sepa que está canción es preciosísima, se mire cómo se mire y la interprete quien la interprete.

Yo digo que Lois lo hizo con clase, elegancia y guante blanco y el resto me sobra.

 By Laura Carrasco

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