¿Cómo va amigos de Wake And Listen?.

Llevo un huevo sin actualizar por aquí, aunque no creo que os importe demasiado de modo que paso de dar explicaciones.

Hoy va a ser un poco distinto. No son pelis y tampoco opiniones acerca de nada en concreto, es simplemente una historia, que pudo ocurrir o no y que escribí hace algún tiempo.

Con esto de que empieza a hacer una rasca del carajo y que igual un día de estos con mucha suerte nieva en la querida capital, me parece un momento adecuado para meterla por aquí.

(PD: si sois unos súper machotes no sigáis, es un poco mariconada, lo sé)

 

«Recuerdos en la nieve» 

Los minutos se eternizan, los segundos se arrastran y el fin de esta hora definitivamente no llega. ¡Que termine ya este suplicio! ¿Acaso no se da cuenta de que ya nadie atiende a su maldita clase?

 blog historia

 

Si yo fuera profesor sabría cuando parar y decir, vale chavales la he fastidiado, mi clase es lamentable, váyanse a casa y disfruten de su preciado tiempo.

Un momento… ¿está nevando? ¡No jodas! ¡nieva! -Disculpen la expresión pero es con cosas como esta cuando vuelvo a un estado mental de nueve años, edad de la que mi madre afirma dudar que haya avanzado- Sí, sí está nevando.

-Marcos tío, está nevando.

-¿Cómo?

-¡Mira por la ventana paleto!

Nos dimos media vuelta automáticamente, dándole la espalda a Don Pesado y … podría decir que miramos un rato por la ventana como bobos y que después esperamos como presos el día de su libertad a que la clase terminara, sería más sencillo. Pero no fue exactamente lo que sucedió y bueno, para qué demonios estoy yo aquí si no es para contarles la verdad.

Lo cierto es que a medida que iba dirigiendo mi mirada hacia la ventana me encontré con la suya, dulce, alegre, melancólica y risueña. (No sobra ni un maldito adjetivo)

¿Saben ustedes esas máquinas del tiempo que aparecen en las novelas y películas? Pues todos ellos no son otra cosa si no burdos aficionados al lado de la memoria. La memoria no te avisa, no necesita un científico loco, ni que teclees la fecha deseada y desde luego no te previene de que te pongas el cinturón de seguridad.

Simplemente estáis allí, en el invierno anterior, que parecía ir a terminar en cualquier momento y dar paso a la tan ansiada primavera, cuando de repente sorprendió a propios y extraños con un nevadón.

A nosotros nos pilló en el coche subiendo a su casa, bastante al norte de la ciudad. Por suerte ya casi estábamos, porque horas más tarde se formaría un colapso histórico en la autopista que daría mucho que hablar en los noticiarios de la semana.

coche nieve

 

A la entrada del pueblo un manto blanco que cubría las copas de los árboles, los tejados y los prados, nos dio la bienvenida.

-¡Debe llevar nevando toda la mañana!- dijo con un tono que irradiaba sorpresa y emoción. Ella era así, sorpresa y emoción.

Yo no podía parar de sonreír, estaba como un niño con el pijama manchado de Cola-Cao en mitad del salón la mañana de reyes.

-Vamos a parar aquí, me apetece ir dando un paseo.

-Genial, tú mandas- dije mientras hacía una especie de saludo militar ¿Por qué hago esas tonterías?

Durante el paseo ella caminaba por el césped que estaba cubierto de nieve, yo procuraba ir por el bordillo.

-¡No seas niña! ven por aquí.

– Tú llevas botas, yo me voy a calar los pies.

-¿Y? ahora cuando lleguemos te secas, venga ven.

Una vez junto a ella me interrumpió con un

-Calla charlatán, escucha.

-¿El qué?

– Las pisadas, es un sonido, una sensación increíble. Concéntrate en ello.

Y así, avanzamos disfrutando de ello en silencio un buen tramo.

Era un ambiente agradable, la gente se conocía pero no se paraban a hablar unos con otros, se sonreían, se alzaban la mirada, la cabeza o simplemente se saludaban. Era un momento para disfrutar del paseo, del paisaje y de la compañía, no para mantener conversaciones superfluas.

A decir verdad yo no conocía a nadie, pero estaba encantado de que me vieran junto a ella, estaba seguro de que pensarían que yo era un tío con suerte, y así era.

Cruzamos lo que a mí me pareció un bosque cuando para ellos no era más que un parque, este tío de ciudad… debieron pensar. Todos llevaban guantes, botas, plumíferos y ahí estaba yo, con mi abrigo negro que no abrigaba una mierda y mis zapatos.

Calado hasta los huesos no podía hacer otra cosa si no disfrutar de la escena. Se estaba disputando una encarnizada batalla de bolas de nieve entre dos grandes ejércitos de aguerridos chavales, desordenados sí, pero letales. Tan letales que he perdido la cuenta de cuántas bolas impactaron directamente en mi cara mientras que ella no podía parar de reír, sí ella, que lejos de defenderme juraría que contribuyó a la emboscada.

Al otro lado del campo de batalla se mantenía la pista de patinaje, donde las niñas se deslizaban con soltura y en un gran orden, como si fueran pequeños patos.

Creo que esto no es si no otra prueba más de la gran ventaja que nos llevan ellas. Pero siempre nos quedará el ¡Nosotros nos lo pasamos mejor! ¿No?

Una vez llegamos a su casa su perro me recibió con malas pulgas, pero no me sorprendió la verdad, uno se acostumbra a todo.

-¡Juan! venga empanao, ve recogiendo que esto por fin parece que acaba- Me dijo Marcos devolviéndome de golpe al presente.

– Sí, sí, ya voy.

Un piti, conversación acerca de los planes para el finde y directo al autobús.

Seguía nevando un poco y me quedé mirando un copo que se había pegado a la ventanilla del bus. De repente, como si fuera uno de los alienígenas de Toy Story, el gran gancho de la memoria volvió a atraparme y me llevó exactamente a donde me había dejado minutos antes.

Estábamos dentro de la casa, que derrochaba calor. Me quité los zapatos y calcetines rápidamente. -Voy a buscarte unos secos- dijo.

velas nieve

 

Me quedé mirando la ventana que daba al jardín, estaba misterioso bonito e hipnótico al mismo tiempo, ya había estado allí en alguna ocasión pero el pensar qué habría bajo ese manto blanco se me antojaba como un gran misterio.

-Aquí tienes- me dijo dándome una enorme bola donde iban enrollados los calcetines, que por aspecto podrían haber pertenecido a su tatarabuelo pero que calentaban como una manada de estufas.

– ¿Qué pasa? ¿Qué miras?- me preguntó al ver que no la prestaba gran atención.

– Nada, mira los copos, son todos iguales.

Fue entonces cuando me dio una explicación de lo más alegórica acerca de los copos, su paso por la tierra, su función y su sencilla relación. Me encantaría recordarla, pero creo que ese es parte del encanto.

Lo que sí recuerdo es que me quedé mirándola, sonriendo, no me reía, sonreía. De repente, cuando ya sabía que era genial, me sorprendía con cosas y comentarios como estos  -Nunca me cansaré de esta chica- pensé.

-De qué te ríes tú ¿Eh? listillo

Y con ello comenzaron los pequeños toques, las cosquillas, las risas, las caricias, los escalofríos…

Creo que no llegamos a comer ese día, ver nevar desde la cama es algo fabuloso ¿Saben?

El bus para de un frenazo -¡Última parada chaval!- Mierda, me he vuelto a pasar. Es igual, espero no olvidarme de esta historia nunca.

By @cubesp