Había que vivirla, había que estar ahí. Muchos os reunistéis en bares, en familia, en casas de amigos, en el Bernabéu, en el Calderón, en Lisboa…Pero era en la calle de nuestro querido Madrid donde estaba el alma de la final de la Champions entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid, a la postre vencedor. Por ello, y porque no se pierde una, uno de nuestros redactores salió con su cámara en el momento del partido a dar una vuelta para retratar a una ciudad que vivía un momento histórico. Esto es lo que se encontró:
No soy muy de fútbol, no veo los partidos, solo me apunto de vez en cuando y es mas por las cerves que por otra cosa. Suelo ir a la casa donde haya más gente que me caiga bien, si se ponen buen picoteo, mejor, y acabo hablando con alguien durante todo el partido. Quien identifique como menos interesado, que suele ser una tía. También mejor.
Por eso, para no molestar, y por no querer inmiscuirme en el conflicto de tener buenos amigos en ambos lados, a sabiendas de que acabaría brindando igual al final de la noche, decidí salir a la calle a hacer fotos durante la final de la Champions, en un recorrido por el centro de Madrid.
Y es que los medios no solo repasaban los días previos al encuentro la importancia del evento en términos deportivos, sino que también auguraron una serie de consecuencias únicas fruto del seguimiento masivo que tendría la retrasmisión. Y yo, convencido por esta alineación de astros pintada por la prensa, fui a ver si pillaba unas cuantas imágenes a la altura.
Baje rápidamente hasta Serrano, con rumbo hacia la puerta de Alcalá. Las primeras impresiones defraudaron. El paisaje era menos apocalíptico de lo que me hicieron imaginar las noticias. Aún así algunos vaticinios se hacían evidentes. Como el esperado aumento del 50% en comida a domicilio. Lo primero que vi al salir a la calle fue un repartidor, y a lo largo de la tarde compartiría la carretera con muchos.
Llegando a Alcalá, el flujo de tráfico se debilitó lo suficiente como para captar imágenes como esta a pie de carretera, o la siguiente en la misma rotonda del famoso monumento.
A todo esto, el trayecto entre la misma y la plaza de Cibeles ya había sido cortado salvo para los buses, y baje tranquilamente zigzadeando por el asfalto. Los bares y en definitiva cualquier establecimiento con pantalla, agrupaban a gente en las aceras. Quieta, estática como una muestra de taxidermia, las cabezas apuntan al televisor como girasoles al sol. Ya se sufría.
Abajo esperaba Cibeles, ajena a lo que en aquella noche pueda pasar, en una imagen que distaba millas de lo que la diosa iba a presenciar en unas horas. Ataco la cuestecilla de Gran Vía, y durante un tramo hasta girar hacia Sol, invado la acera y se escuchan más que nunca lenguas extranjeras. Montera luce como siempre. No sé si tendrá relación directa pero hay el doble de putas. Los cines no tienen la misma suerte.
En el kilómetro cero de España, frente a la Casa de Correos Mikey y Minie siguen reinando brevemente. La plaza vive casi ajena al día, lo mismo de siempre pero más güiri. Decido tirar hacia la Latina, pasando por Plaza Mayor. Las típicas tiendas de souvenirs, llenas desde hace días de toda la parafernalia que un Japones recién aterrizado pudiera necesitar para pasar la cita pareciendo el más fiel seguidor, ahora estaban vacías salvo alguna que otra rubita de piel pálida.
Me acerco a La Latina, bastante despejada, en el descampado del Mercado de la Cebada la gente vive su alternativa al partido tranquilamente. Una de las zonas con más concentración de bares de la capital los ha llenado todos hasta el techo. Y no solo eso. En mi camino hacia Lavapiés las calles lucen tan desiertas como si hubiese avanzado en el tiempo seis horas más. Se escucha un murmullo de comentaristas que parece emanar de las paredes, creando una ilusión propia de leyenda de Bécquer en las calles empedradas. Suena la alarma de un coche en la soledad de la lejanía.
A esas alturas empiezo a constatar que el Átletico está ganando y al Madrid se le acaba el tiempo. Me puse como norma no preguntar a nadie el marcador. Aparezco entonces en Tirso de Molina. Los establecimientos más tradicionales pero menos dotados en pantallas están de capa caída. Resuelvo bajar rápido a Neptuno para verla antes de ser invadida, al encuentro le quedan un par de coletazos y parece estar resuelto.
Giro en Huertas para bajar la cuesta. Esta desierta salvo por los que ven el partido a pie de calle como ya describí antes. Paré en una esquina al final, casi en Castellana, solo por hacer un alto.
Ahí había dos bares enfrentados, uno puramente atlético, y otro madridista a pocos minutos de Neptuno. De momento se pactaba la paz, como algunos escaparates que ya había cruzado y eran compartidos por devotos de ambos clubes.
Pero el cabezazo de Ramos rompió la noche. Euforia, las celebraciones invaden la calle y las aficiones se empiezan a encarar. Los indios corean sus canticos, se caldea el ambiente y los vikingos llevan las de perder por esos lares. Salgo de escena para que me dé tiempo a ver cómo se vive el partido al otro lado de Gran Vía, en Fuencarral y Malasaña.
San Ildefonso esta vacía salvo por los que toman la alternativa al encuentro en las terrazas. Dos de Mayo aún peor. Panorama conocido hasta que caen más goles del Madrid. Hay atléticos que ya ni miran, o lo hacen de reojo a través del cristal mientras funden un cigarro. Se dio la vuelta a la tortilla y ahora sí que si, parece que el último párrafo está escrito. Arranco decidido a llegar a casa antes de que me pille la marabunta, y me cruzo con las primeras lágrimas.
Al lado de Fuencarral me encuentro al personaje más crack de los ajenos al futbol que llegue a ver esa noche. Interrumpí por ahí a parejas dándose un lote cercano a los prolegómenos sexuales en esquinas normalmente concurridas en días normales, pero lo mejor fue sin duda un tío ya mayor que decidió que el partido era la excusa perfecta para leer su Mondo Sonoro “Especial Festivales” en el retiro de un banco que normalmente es como un islote entre la marea de gente.
El pitido final me llego en forma de bramido sordo sajando la oscuridad, mientras el madridismo saltaba a la calle. Primeros himnos, abrazos y toreos a los coches, mientras toda la afición blanca empezaba a dirigirse desde todos los puntos a Cibeles en peregrinación.
A mí me tocaba retirarme, la celebración ya se trillaría de sobra con seguridad durante los próximos tres días. Bajé la Castellana justo antes de ser cortada para vallar el camino que recorrería la copa hasta reunirse con su afición. Me esperaba un desenlace ineludible frente a cualquier resultado: colgar la cámara y agarrar la botella.
By Fernando de Torres Valentí