Quince años después de su estreno como serie, Downton Abbey se despide con su tercera entrega cinematográfica, secuela directa de Downton Abbey: Una nueva era. Con ella, se cierra el círculo de una de las ficciones más queridas, influyentes y premiadas de las últimas décadas.
La serie, convertida en un fenómeno global con más de 120 millones de espectadores, es la producción no estadounidense con más nominaciones en la historia de los Emmy, donde ganó tres galardones, además de tres Globos de Oro.
En esta última película, Simon Curtis vuelve a ponerse tras la cámara, con guion y supervisión de Julian Fellowes, el creador de la saga. El reparto original está de regreso —Hugh Bonneville, Michelle Dockery, Elizabeth McGovern, Laura Carmichael, Penelope Wilton, Dominic West…— junto a la incorporación de Paul Giamatti, que aporta un aire nuevo a este capítulo final.
La historia nos sitúa en los inicios de los años 30, cuando la familia Crawley y su inseparable personal de servicio afrontan los desafíos de una nueva década marcada por los cambios sociales, económicos y tecnológicos. En el fondo, la gran pregunta es cómo conservar el legado de Downton Abbey en un mundo que ya no es el mismo.
Cada personaje debe enfrentarse a sus propias decisiones. Mary Crawley vive un momento difícil al filtrarse en la prensa su inminente divorcio, algo que la estricta sociedad inglesa de la época no está dispuesta a aceptar. Su tío Harold (Paul Giamatti) regresa con malas noticias financieras, tras perder parte de su herencia en arriesgadas inversiones. Y en el servicio, los relevos y nuevas incorporaciones reflejan el paso del tiempo y la renovación inevitable de la casa.
Una vez más, la película nos muestra la relación entre los distintos estratos sociales, en la que tanto los aristócratas como los mayordomos, doncellas y amas de llaves tienen el mismo peso emocional. Es esa convivencia entre mundos la que ha hecho de Downton Abbey algo más que una historia de época: un retrato humano de la tradición frente al cambio.
El diseño de producción es, como siempre, magnífico. La recreación de la moda, las costumbres y el ocio de los años 30 (teatros, fiestas, carreras de caballos en Ascot) brilla con una belleza casi pictórica. Todo está cuidado al detalle, al servicio de una atmósfera de elegancia y melancolía.
Downton Abbey: El Gran Final es, ante todo, una carta de amor al pasado, un cierre pensado para satisfacer a los seguidores que han acompañado a la familia Crawley durante más de tres lustros. Su secuencia final, (spoiler) con Mary recordando los momentos y personas más importantes de su vida mientras tiende la mano al futuro, es una despedida emotiva y luminosa.
Con sus 123 minutos de metraje, este elegante desenlace ofrece un refugio de belleza, nostalgia y emoción. Un broche perfecto para una saga imprescindible.
Todo es bello en esta despedida. Y sí, el mundo de Downton Abbey siempre tendrá un lugar donde el tiempo parece detenerse.