Por Dimas P.L.
Esta debería ser una historia de venganza. Porque con ese ímpetu asesino que caracteriza a los vengadores fui este pasado sábado, 11 de junio, a ver al mítico, consensuado y ya sexagenario Robe Iniesta al Parque Enrique Tierno Galván de Madrid, en un concierto enmarcado en Madrid Escena 2022.
¡Sí, venganza!
Después de todo, el muy hijo de p*** me había robado lo que tanto había ansiado: la posibilidad de ver la despedida de una de las mejores bandas de la historia de este país, Extremoduro.
¡A mí! ¡Que estuve lloriqueando en la misma rueda de prensa en la que anunciaron su disolución!
Al cabrón se le cruzaron los cables y, ale, “Iros todos a tomar por culo”.
No era justo, los p**** fans, con la entrada arrugada en una mano y los recuerdos junto a la banda en la otra, no nos merecíamos esto. Y encima al tipo le iba bien con su nuevo disco… ¡Dios! ¡Decidme que no es para acumular rencor visceral y jurar venganza!
De hecho, antes de llegar allí, pensaba que me iba a encontrar con miríadas de resabiados como yo, que habían perdido la oportunidad de decir adiós y que deseaban, por ello, lanzar hielos afilados como shurikens e insultos abusivos directamente a la conciencia del artífice de aquel despecho.
Sin embargo…
Lo que encontré fue otra cosa… Más de 11.000 fans, de todas las edades, porque Robe es así intergeneracional, y de todas las tribus urbanas*, porque Robe es así transversal.
*Un bakala, de gorra Nike y polígono, me dio durante toda la noche fuego, no os digo más. Mientras, un prejuicioso como yo no paraba de preguntarse: ¿Qué coño hará este payaso aquí?
Para mayor desatino, los músicos que llevaba Robe eran dignos de seguirlo hasta la muerte. Todo sonaba de p*** madre, con delicada fruición y sin un fallo, en la pendiente del parque. Quizá por eso aquel “Del tiempo perdido” sonó tan jodidamente épico para empezar.
El público en el bolsillo desde el minuto uno. Qué facilones. Pese a pagar por el mini de cerveza 12 pavos… ¡Y cantaban todo! Por muy enrevesada y lírica que resultara la letra de su rapsoda, ¡se la sabían! Incluso intentaban repetir los prefacios poéticos del cantante, ya marca de la casa, aunque se acabaran de topar con ellos por primera vez.
Por el semblante cariacontecido de alguno, estoy seguro que, de las primeras filas, alguien acaba tatuado con aquellos versos preambulares.
“Por encima del bien y del mal” y “Por ser un pervertido”, aquella de su primer disco en solitario, y ya se abre la veda de temas de Extremoduro: “Si te vas…”
Personalmente no soy muy fan de ese disco, Material defectuoso, y lo contiendo con cualquiera.
A muchos como yo se nos antojó ñoño y con peor calidad musical que el anterior, la insuperable Ley Innata. Sin embargo… “¡Si te vaaaas me quedo en esta calle sin salida!” es un estribillo que engancha y que todos corearon en las gradas… incluido yo. Quizá ya haya pasado el suficiente tiempo, quizá ya haya dejado tanta huella como otros himnos de Extremo, quizá ya no me sienta tan duro.
Con “Nana cruel” o “No hay nada” te das cuenta de que te hayas ante un nuevo tipo de cantautor. Uno que no se baja del carro de su antigua banda roquera para abrazar una guitarra acústica y aullar a la luna con potadas lentas y luctuosas. No, estamos ante alguien, con un estilo muy propio, que ha sabido poner a un lado su antigua carrera musical y empezar de nuevo, con otra cosa, quizá no igual de cañera, pero sí tan imaginativa y reivindicativa como se merece un punto de partida.
Y es entonces cuando el Robe toca “Mi corazón”.
Un tema tan de la primera época transgresiva de Extremo que no pega ni con calzador. Tan dura, tan agresiva para su nuevo público que parece casi un suicidio tocarla. “Mi corazóooooon acorazado como un callo aún necesita saber como te pones al ver cuando se bajan los calzones”… Cuánto me enseñó este verso sobre el binomio marginalidad / poesía. Sin embargo, la toca, adiestra a su público, les enseña que un perro callejero, pese a tomarse ya su tiempo entre ladridos, sigue siendo peligroso a este lado de la valla.
“Tango suicida” y “Segundo movimiento: Lo de fuera” le siguieron. También de Extremoduro. Fue el gran momento de los músicos que acompañaban al cantante. El primero un tema de lo más rico y fluctuante, el segundo probablemente una de las canciones con mejor letra de la banda, que, como sabemos, es mucho decir.
Y llegó el descanso.
“Bueno, vamos con un descanso para hacer esas cosas que hacen los rockeros y que decía Tierno Galván. Hoy lo mismo si viviera ese hombre debería estar en Bélgica. Bueno, haced esas cosas y que no os vea nadie” dijo el Robe.
Y yo pensando: “¿Pero este hombre, enjuto y desnutrido, todavía puede drogarse?”
Mi yo adolescente respondiendo: “¡Seguro! ¡Es el puto Robe!”
Tras el descanso vino el movimiento más suicida del evento, muy pocos o nadie lo haría: tocarse el puto disco nuevo entero.
¡NADIE QUIERE LOS TEMAS NUEVOS! ¡SOLO LOS TEMAS MÍTICOS!
¡Por favor, es un hecho que hasta hemos visto en Los Simpsons!
Pues no, El Robe con dos huevos se toca, de seguido, los 45 minutos de Mayéutica, su último disco. “Interludio”, “Primer movimiento: Después de la catarsis”,“Segundo movimiento: Mierda de filosofía”,“Tercer movimiento: Un instante de luz”, “Cuarto movimiento: Yo no soy el dueño de mis emociones”, “Coda feliz”.
Arriesgado movimiento, ¿no? ¡Pues no! Otra vez el público dándolo todo y, algo que parece impensable, sabiéndose de memoria los estribillos de las nuevas canciones.
Pocos pueden hacer esto subido en un escenario.
Puto Robe Iniesta… si en los 90 ya corría el rumor de que ibas a palmarla en dos días por los excesos…
Pero si hasta te permitiste incluir en el setlist un tema inédito… y la gente actuaba como si se lo llevaran cantando desde el Agila.
Y llegó la verdadera “Coda Feliz” un combo trimegisto de hitos con los que el Robe y nuestros corazones, mitad de coca y de caballo, se despedían, nunca de Extremoduro, pero sí del concierto. “A fuego”, “La vereda de la puerta de atrás” y “Ama, ama, ama y ensancha el alma”.
No hubo explosiones de confeti ni fuegos artificiales, aun así se reflejaban, feéricos, en los ojos de la gente.
De los más de 11.000 espectadores, algunos, los buenos, nos fuimos al bar más cercano donde pincharon, toda la noche, canciones de Extremoduro.
Allí nos contamos una y otra vez cómo conocimos a la banda y cuánto había hecho por nosotros desde entonces.