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El pasado 10 de noviembre tuvo lugar una lección musical basada en cómo la perseverancia y la constancia finalmente dan sus frutos. Este es el caso de Ramon Mirabet, un cantautor catalán que, aunque sea ahora cuando empieza a sonarnos su nombre, ya lleva años dedicándose a la música. Procedente de Sitges, tuvo que irse al extranjero, concretamente a Francia, para obtener ese reconocimiento que todavía carecía aquí. Pero el concierto de la pasada semana en una Sala But, donde apenas cabía un alfiler más, le y nos devolvió el mensaje que el tiempo pone las cosas en su lugar.

Ramon Mirabet se apoyó en una banda de espectacular talento que hizo que el sonido del directo fuera impresionante. Con unos músicos totalmente compenetrados,  y que tienen conocidas carreras musicales en el panorama del rock catalán, el cantante dejó verse desde un primer momento seguro y cómodo, consciente de un feeling generalizado que nadie podía obviar. Cantó casi todo su repertorio en dos horas de concierto en las que repasó sus, de momento, dos primeros LP. De momento.

Con una constante interacción con el público por su parte, sobre todo entre canción y canción, surgieron dos anécdotas con las que se metió a todos los asistentes en el bolsillo. Además de contar historias divertidas que le habían sucedido estos días en Madrid (como la visita de la policía cuando tocaba en la madrileña plaza del Cascorro), y emocionarse ante la sorpresa de ver una de las salas más representativas y grandes de la ciudad llena y con un público entregado y animado, regaló un par de momentos singulares. Y es que su despegue llega tarde, pero ver su bonita evolución nos hace partícipes de ello.

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Representativo de esta humildad y cordialidad por bandera son ese par de anécdotas de la noche que no se viven en todos los conciertos, desde luego. La primera, cuando se bajó a pie de sala a cantar (en modalidad totalmente acústica, por supuesto) uno de sus temas estrella (valga el guiño con ser la BSO del spot del verano de la cerveza), rodeado de todo un aforo que coreaba el tema de un modo tan admirablemente respetuoso que disfrutar de semejante actuación tan de tú a tú era algo que estuvo al alcance de cualquier asistente de la sala. Otra escena para recordar fue cuando pidió a su madre que subiera al escenario a cantar un dúo con él, un momento que provocó un gran silencio gracias a sus encantadoras habilidades.

Así fue el directo de Mirabet: el catalán supo llevar la vertiente intimista que caracteriza su indie folk de una forma enfáticamente compartida por todos los que estábamos allí, contagiando una fuerza que nos hace que reconocer que sí, que ya ha llegado la hora para que este diamante en bruto termine por explotar.

By Andrea Genovart