Por Jorge Pardo

Menos nostálgicos que la mayoría de sus seguidores, los Pixies se subieron este viernes al escenario del WiZink Center de Madrid para defender con nota Doggerel, su último álbum, un trabajo notable lanzado en septiembre de 2022, que, sin embargo, ha pasado algo desapercibido para crítica y público, eclipsado por una sombra, la del éxito de Surfer Rosa y Doolittle, que se alarga desde finales de la década de los 80.

Pero los de Boston no son tontos y lejos de renegar de sus orígenes abrieron puntualmente su repertorio con las veteranas Cactus, Brick Is Red y Break My Body. Para la cuarta, la frenética Vamos, el pabellón ya había sucumbido entre sonrisas de complicidad ante el encanto de un Black Francis que chapurreaba en español evocando sus años de universitario en Puerto Rico (Estaba pensando sobreviviendo con mi sister en New Jersey / Ella me dijo que es una vida buena allá / Bien rica, bien chévere / Y voy, puñeta / Vamos a jugar a la playa). Casi seguida hizo acto de presencia Here Comes Your Man, que con su riff delicioso, bailongo y pegadizo es ya imperecedera.

Por eso, porque son más conscientes que nadie de que sus fans siguen abarrotando pabellones (el de la capital colgó hace semanas el cartel de sold out) de forma religiosa atraídos por el magnetismo de hits tan antiguos como perennes, no fue hasta el segundo tercio del recital cuando aprovecharon para presentar su largo más reciente. Cayeron de forma consecutiva una decena de canciones contenidas en su nuevo LP, de las que hay que destacar por su exquisito y más elaborado sonido Vault of Heaven y There’s a Moon On. Eso sí, no nos engañemos: no son más que el preludio de lo que, realmente, todo el mundo ha ido a ver y escuchar.

 

Así, ya en comunión con la audiencia y con un recinto que, sorprendentemente, sonó mejor que lo que acostumbra, los Pixies se lanzaron a la piscina del triunfo advirtiendo de lo que se venía con Hey. El tema sirvió, además, para sacar del letargo a esos fans, los de la quinta del grupo (el 90% del aforo), que, tal y como lamentaba el baterista David Lovering recientemente en una entrevista, “no se saben las nuevas canciones”. “Hey, been trying to meet you”, interpelaba Black Francis a los presentes, momentos antes de poner el recinto patas arriba.

Lo que siguió a continuación fue buena parte de los fundamentos sobre los que se ha asentado el rock alternativo de las últimas tres décadas. Ni más ni menos. Están en el corazón de Debaser, Isla de Encanta, Crackity Jones y Wave of Mutilation, que sonaron casi sin pausas entre ellas, el origen de grupos como Nirvana o Weezer, que beben directamente de la música de los Pixies. De hecho, se podría trazar fácilmente un mapa sobre la influencia de la banda en otras formaciones a partir de las camisetas que lucía la gente el otro día: Radiohead, Rage Against the Machine…

Todavía quedaban por sonar la heredada Head On (de su álbum Trompe le Monde, pero escrita por los escoceses The Jesus and Mary Chain), Bone Machine y Winterlong, tomada prestada de Neil Young y una anécdota porque, justo antes, el público se había vuelto loco, móviles en ristre, con la archiconocida Where Is My Mind?. Los Pixies, como Fincher en 1999, decidieron fundir a negro rozando las dos horas de concierto en un final, claro, de cine.