Llegó el último día, los años pasan y las vacaciones se acortan, de modo que toca sintetizar.
Cielo negro, estrellas histéricas, rock and roll en mitad de un desierto cubierto de cactus y harley´s, dientes amarillos, el resplandor cobrizo de un cigarrillo que se consume en la oscuridad. Ron, cerveza y sabor amargo. Resaca en la orilla, risas en la orilla, amor en la orilla, todo en la orilla. Sudor, goles, costras y una ducha fría.
La broma de la chapa, la broma de mi cara, la broma de tus ojos, todo bromas.
Pizza, kebab, salmorejo y helado. Montaña, playa, canciones en el coche, playback, kilómetros y aeropuertos.
¿Fin? me pregunto.
No, espero.
El verano es un estado mental, me digo a mí mismo, una especie de predisposición al disfrute, al buen humor, a la creación de situaciones envidiables.
Entonces vuelvo a pensar en esa frase “Arranquemos del invierno”. Es el nombre del disco de unos chilenos que me ha acompañado todo el verano.
Eso de no ser muy previsor con Spotify ha hecho que sea de lo poco que he tenido disponible en todas mis vacaciones.
Folk, nieve, salitre, piedras y minerales por un tubo. Lo he disfrutado y ha ido ganando más y más con cada escucha. También me ha hecho reconciliarme con el acento chileno (Excompañeras irritantes de clase son capaces de hacerte odiar prácticamente cualquier cosa).
Vuelvo al tema de la frase, e intentaré no desviarme más, prometido.
Arranquemos del invierno. Intuyo que el secreto, en clave de vivir en un verano constante, es arrancar de cuajo aquello que hace que el invierno nos parezca tan míseramente invierno e intentar llenarlo de aquello que hace que el verano nos parezca tan alucinante.
No sé si me explico, la verdad, maticemos:
Todo el mundo se acuerda de qué libro leyó en verano, sus charlas de verano, su noche favorita… pero, ¿podrían decir lo mismo de febrero o marzo acaso? Esos meses en los que nada grande parece ocurrir y todo se diluye como un azucarillo.
Vale, no son vacaciones, y tampoco podemos cambiar el clima o llevar el mar a Madrid. Pero, eh, siempre se está a tiempo de montar una excursión, alargar hasta el amanecer, reírse en una terraza, cantar hasta desgañitarse o comerse un helado, todo es actitud (o un buen abrigo).
Es posible que todo esto no tenga ningún sentido y que todas estas convicciones salgan por el desagüe en el momento en que el lunes suene el despertador y toque ir a currar.
También es posible que todo esto lo esté escribiendo para auto convencerme, a modo de terapia inconsciente, contra el shock postvacacional, quién sabe.
Pero este invierno, cuando el frío apriete, intentemos que sea un poco verano, igual entre todos lo conseguimos.
By Juan Girón