Volvimos al Festival de Les Arts y volvió la fiesta.
Empezamos el viernes con Rufus T Firefly, a los que se adivina un futuro prometedor y se confirma un presente arrollador. Si tuviéramos que apostar en cuántos años llegarán a ser cabeza de cartel, echábamos all-in a que no será más de tres si siguen en esta línea.
Lo de Carlos Sadness es buen rollo sobre notas musicales. Alegría y colorido musical para acompañar la tarde hacia la noche, todo sabía a verano y playa. Aunque él pensara que le fallaba la voz… ¡qué más da con ese pelazo hipnótico! Un final apoteósico desplegando todo el arsenal. ¿Y el rap era improvisado o no?, una discusión sobre uno de los momentos más mágicos del fin de semana.
El Columpio Asesino, como siempre, con un final por todo lo alto con «Toro», un tema que es ya un clásico de la música que vuelve loco al público. Un testigo que recogió con fuerza Viva Suecia. ¡Y viva Noruega, Finlandia y todos los países nórdicos! Difícil parar de saltar con ellos, y no sólo en las primeras filas. Ojalá el bucle miento que te miento no acabase nunca de sonar.
El concierto de Dorian fue un in-crescendo clarísimo hacia sus grandes éxitos, conocidos por todos, dejando el escenario principal calentito para el grupo más esperado del festival. Sin olvidar su Justicia Universal, que se ha convertido en toda una premonición de los últimos acontecimientos. Y cuando sus nuevos temas, recién sacados del horno, se hagan a fuego lento en todos sus fans se convertirán con tiempo en nuevos himnos que corear en sus shows.
Y por fin… ¡Crystal Fighters! Poco se puede decir nuevo de este grupo como difícil es definirlos. Quizá una palabra describa mejor que nada sus conciertos si no has tenido la suerte verles en directo: Fiesta. Con todas las letras. Olvídate de todo, hasta de ti mismo y salta, baila y enloquece. No sabrás si estás en un concierto o en la mejor discoteca del mundo. Espectáculo total y continuo, con un final de show que no podría acompañar mejor. Recomendadísimos.
Llegamos el sábado a ver a Rayden. Tablas, muchas tablas tiene el complutense sobre las tablas. Y un equipo musical que son casi tan protagonistas como él, destacando la versatilidad de la voz de Mediyama. Por favor, rap con DJ sí, pero también con banda siempre. No es popuralizarlo, es darle mucho más sentimiento y fuerza. Transmiten mucho más, junto a una voz, unas manos que una grabación. Sentimiento puro, fuerza y piel de gallina en algunos momentos.
Coque Malla nos trajo un concierto intimista y relajado para despedir los últimos rayos de sol en el escenario principal. Clásicos coreados por todos los asistentes como No hay manera, e incluso esas sorpresas inesperadas que siempre se agradecen como una versión de «El Equilibrio es Imposible» en el que todo el mundo esperaba que apareciera, cómo no, el maestro Ivan Ferreiro. No pudo ser, pero tampoco hizo falta, porque a Coque Malla la canción le viene como anillo al dedo.
La Maravillosa Orquesta del Alcohol (la M.O.D.A., para los amigos) volvieron a demostrar porqué son no ya una revelación, sino una banda cada vez más consagrada en el panorama musical español. Con su tercer disco en castellano bajo el brazo, los burgaleses son tan inclasificables como currantes, dándolo todo en cada uno de los muchos conciertos que ofrecen por todo el país. Un sonido redondo, una personalidad arrolladora, y un ritmo que hace difícil que la gente no pare de saltar y entregarse con gran parte de su repertorio. Para los que aún no les conocían fueron, seguro, una de las sorpresas del festival.
Mando Diao, como Baeroid, tuvieron que echar los restos para que el ritmo no decayese por culpa de una lluvia que había respetado hasta ese momento todo el festival. Una lluvia que hizo épico el final de la M.O.D.A. para los presentes, pero que quizá pesó demasiado cuando estos dos conciertos aún no habían empezado. Aunque mientras una amainaba y otros remontaban, acabaron dejando ambos un buen sabor de boca.
Amatria, con una propuesta a priori arriesgada, pero un buen hacer sobre el escenario y unas producciones muy cuidadas, consiguió que la gente se olvidara de lo empapados que estábamos todos y consiguió hacer bailar a todo el mundo con sus ritmos directos y pegadizos. Con Chiches, su obra magna, consiguió que alguna que otra conga recorriera el público. Todas juntitas, en fila india. Todo lo que piden es diversión, y la repartió a mansalva.
Y como cierre: Lori Meyers, que han conseguido escalar en el cartel del festival hasta colocarse como cabeza y cierre. Después de tantos años y tantos discos, han conseguido que sus conciertos sean prácticamente una sucesión de grandes éxitos. Y aunque el cansancio ya empezaba a hacer mella, consiguieron que el público se quedase a disfrutar hasta la última nota que tenían que regalarnos.
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Como conclusión: un festival que sigue siendo completo, variado, con dos cabezas de cartel de peso, grupos para satisfacer todos los gustos, con una organización y equipamiento realmente cómodos en los que hay que aguantar pocas colas. Sólo se hacía infinita la devolución de vasos, aunque fomentar el reciclaje lo compense. Se agradece, y mucho, un aforo controlado donde puedas disfrutar de los conciertos de verdad, sin aglomeraciones masivas, sin esperas infinitas… que suena tan obvio que es una pena que haya que mencionarlo porque muchos otros no le dan importancia a quien realmente da sentido a estos eventos: el público. Volveremos, seguro.
Crónica by Pablo Abad
Fotos by Festival de Les Arts