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En 2014, Nic Pizzolatto y Joji Fukunaga, creador y director de la serie True Detective, dejaron un plano secuencia para la historia. Rust Cohle (Matthew McConaughey), policía infiltrado en una violenta banda de moteros narcotraficantes, se adentraba en los suburbios más turbios de la ciudad para ejecutar un robo. Tensión insostenible, agresiones, disparos, explosiones, brigadas policiales, helicópteros, muertes y persecuciones. Todo desde los ojos del protagonista. Todo en un solo plano. Todo en sólo seis minutos. Porque seis minutos son suficientes.
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1917 – Crítica
Expectativas
2020 comenzó con una revelación: 1917. De la nada, sin casi haber oído hablar de ella, la nueva película de Sam Mendes puso a toda la crítica mundial de acuerdo. Una obra maestra. Los premios confirmaron que se trataba de la nueva favorita del mundo del cine: Globo de Oro, BAFTA… y salvo sorpresa Oscar a mejor película.
Pero no sólo la crítica profesional cayó encandilada por 1917. Cada vez que un amigo, familiar o compañero de trabajo acudía a verla, me hablaba entusiasmado de la mejor película del año. Y así, casi un mes después del estreno y tras ponerme al día con otras pendientes, me tocó el turno de sumergirme en semejante supuesta maravilla. Cuidado con las expectativas, que diría Leiva.
Salí del curro, ese cuyo maravilloso horario me permite tener todas las tardes libres a partir de las cuatro, y caminé los 200 metros que me separan del Kinépolis para, en solitario, como debe verse una buena película, entregarme a la que debía ser mi nueva cinta favorita. En aras de sumergirme aún más en ese espectáculo bélico prometido, me senté en primera fila, encabezando el batallón de jubilados (reitero lo de miércoles, cinco de la tarde) que tras de mí, acompañaría durante poco menos de dos horas (gracias a Dios) a los dos soldados británicos en su aventura.
El plano secuencia y el arma de doble filo
Sam Mendes aseguró, Globo de Oro en mano, que 1917 había sido concebida para ver en la gran pantalla. Obvio, pues si hay algo (casi) único en su último largometraje es el empleo del plano secuencia ‘infinito’, con apenas un par de fundidos a negro. Una técnica con un único objetivo: la inmersión. Y, palabras mayores, en una película bélica. El espectador se convertiría en el tercer soldado desde el minuto uno de metraje. Sería como estar en la Primera Guerra Mundial luchando contra el ejército alemán. Una premisa ambiciosa con un posible resultado maravilloso, pero con una gran, grandísima amenaza: si la historia y sus personajes no enganchan… el plano sigue.
Y eso es exactamente lo que ocurre en 1917. Que la herramienta del plano secuencia se vuelve contra sí misma como arma de doble filo. El plano secuencia es innecesario en gran parte de la historia y, no sólo eso, la limita enormemente. Sobresaliente en las escenas (escasas) de acción, pero contraproducente con el resto del guion. ¿De verdad para grabar a dos soldados paseando sin compañía es necesario el plano secuencia? ¿Consigue con ello que te metas más en la película? La respuesta: no siempre. De hecho, la película podría haber ganado enteros permitiéndose la posibilidad de escapar por momentos de los dos protagonistas, planos y sustituibles, y de paso aprovechar el talento de otros miembros del reparto, como Benedict Cumberbatch, Colin Firth o Andrew Scott, cuya presencia es meramente testimonial. Inconvenientes del plano secuencia. Y cierto es que la esencia de la película es la que es, es decir, acompañar durante dos horas de tensión a dos soldados en su peligrosa misión, y que en ciertos momentos tensos su presencia está más que justificada y se agradece. Pero no siempre funciona. Ni la hace más realista ni más cercana.
Mientras luchaba por no dormirme en aquella primera fila del Kinépolis, dos preguntas se me vinieron a la cabeza ¿Hubiera sido más realista, más cruda y cercana, Salvar al Soldado Ryan con esta técnica? No lo creo. ¿Tendrá alguno de los octogenarios aquí presentes la sensación de que está desperdiciando dos de sus últimas horas de vida? Muy posiblemente. Y mientras espero, sin esperanza alguna, que la cámara abra plano y aparezca un bosque inmenso que convierta a los protagonistas en una mancha indescifrable, se me viene a la cabeza El Renacido de Iñárritu, en cierto modo una película similar en cuanto a la simplicidad de su argumento, y se me encoge el estómago con sólo recordar la inmersión, sufrimiento y complicidad con el personaje desde el minuto uno al último. Y, adivinen qué, sin la necesidad de filmar con un plano secuencia eterno. En este sentido, 1917 se zancadillea a sí misma e incluso se traiciona por momentos, convirtiendo a los soldados alemanes de la Primera Guerra Mundial en soldados imperiales de la Guerra de las Galaxias, incapaces de acertar un solo tiro a dos metros de distancia, que ni la oscuridad de la noche justifica, y que hace que toda sensación de realismo conseguida se pierda como las balas alemanas entre las ruinas de una ciudad derruida.
El arte y las sensaciones
Un músico de mierda tocando cuatro acordes y cantando regular te puede llegar a transmitir mucho más que el mejor guitarrista del mundo que sigue al pie de la letra una compleja partitura sin alma. Ni en la música, ni en el cine, ni en definitiva en el arte, una excelsa facturación técnica te asegura una gran obra. Y eso es lo que le ocurre a 1917. Los making of nos han mostrado en estas últimas semanas la complejidad de su grabación, su fotografía tiene momentos de mucho nivel, su ambientación está realmente lograda, su sonido es impecable y su banda sonora, a manos del genio Thomas Newman, contiene piezas maravillosas (escuchen y disfruten The Night Window). Pero más allá de esa brillantez técnica que merece sin duda ser premiada en sus apartados correspondientes, 1917 no transmite nada.
Y eso, viniendo del director de American Beauty, al que hace veinte años le bastó con una simple bolsa de plástico para transmitírnoslo todo, resulta sin duda decepcionante.
¡Valiente, acertada e inteligente crítica!. A mí no me gustaba y no sabía decir porqué.
Estoy totalmente de acuerdo. Se nos vende, como tantas veces, un logro técnico, un virtuosismo, como novedad impresionante, … y lo único impresionante es lo poco que ayuda ese logro.
Es como cuando te venden una tortilla de patatas deconstruida como un maravilloso logro de la gastronomía moderna, … y cuando terminas el plato añoras la tortilla clásica, hecha con cariño y oficio por tu abuela, o por el bar de la esquina.
GRACIAS