Por Juan Girón
Despierto en Hanói en medio de un maremágnum de motos, tuktuks, puestos callejeros, cables de la luz y miles de personas moviéndose a un ritmo frenético.
Ha pasado una semana del Mad Cool 2023 pero, aquí, a miles de kilómetros y unos cuantos días vista, la sensación se equipara.
Traslados largos (larguísimos), el meollo en mitad de la nada, y de repente, BOOM, miles de:
- Personas (dos “influencers” por cada asistente aprox).
- Puestos (cuenta la leyenda que alguna marca no activó en el Mad Cool 2023).
- Grados centígrados (algún día dejaré de chamuscarme la nariz).
- Taxis /Ubers (el día que encuentren el punto de recogida hallarán allí un par de esqueletos con gafas de sol, camisetas de Franz Ferdinand y yonkilata a su lado).
- Zombies veloces (joder, me los vuelvo a perder, ya no llego, bah, a por una birra).
Pero lo más importante, mucho disfrute y música, que es de lo que venimos a hablar.
Día 1 (Jueves)
Llegamos tarde, toma de contacto con el nuevo recinto de Villaverde, ¡ey, yo te conozco! Pokémons legendarios, Machine Gun Kelly flipadísimo, aparición random/estelar de las Azúcar Moreno en la Tómbola de Vibra Mahou… pero lo mejor, lo más importante:
Lizzo, qué barbarité amiga, qué destrozo de pava, qué flow hermana, qué manera de volarme la membrana. Venga va, ya paro, pero en serio, esta tía lo es todo. Qué chorro de talento. La banda feliz y espiritual que todos querríamos en nuestro entierro. Voz de escándalo, canciones capaces de hacer mover las caderas a tu abuelo, un atrevimiento con las covers (de Beyoncé a Yellow) que ni Alcaraz con las dejadas… ¡y su puta flauta travesera! Gracias por esto, tronca.
De ahí a comprobar cómo Robbie Williams consigue ser admirado como quien ve un puma en un documental de la 2. No das crédito, lo admiras, lo respetas, pero al final, ineludiblemente, esto ya lo he visto (piensas) y cambias de canal.
Algo de tiempo en la carpa techno (para ser riguroso en la investigación científica número 1638484 consistente en demostrarme que no me gusta esta movida) y finalizamos con Franz Ferdinand.
A los buenos de Franz los vi con un amigo que los veía por vez n14 y todo lo que no sea decir que fueron legendarios (una vez más) podría costarme su amistad, por lo que eso diré: LEGENDARIOS.
Fin del Día 1.
Día 2 (Viernes)
¿Os imagináis a Moisés volviendo a cruzar el desierto por segunda vez? Pocos textos sagrados se escribirán sobre la fuerza de voluntad de los peregrinos del Mad Cool, pero desde aquí mis respetos, amigos y amigas.
Lograda la pericia, ya con trucos del conocedor del recinto y sus movidas, nos plantamos frente a Tash Sultana. Un cruce entre Brie Larson, la tía rapada de Mad Max y la empollona del conservatorio que sabía tocar todos los instrumentos. Cojonuda, la verdad, aparte de sonar de maravilla, dejarse Jungle para el final (con el correspondiente resorte de miles de móviles al cielo) y reventar el molómetro, da gusto ver ese nivel de implicación y empeño precisamente en quien podría lucirse sin ello.
Si esperabais que alguien más os confirmara que Mumford & Sons fue espectacular no será en estas líneas, tocó ver a Queens of Stone Age y su, según Ángel, “impecable concierto”, y a Kaleo para confirmar que son mucho más que la canción del anuncio de colonias y que unos nórdicos podían sonar a Kentucky.
Sin más dilación llegamos a los señores Black Keys, a los que sobra calle, clase y música por los cuatro costados para elevar el nivel de cualquier festival. Un disfrute que se hizo corto y que firmaría repetir cientos de veces.
Final del Día 2.
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La edad y las noches no perdonan y el día 3 suponía un ochomil de los de Edurne Pasaban, y como no soy Edurne Pasaban hasta aquí mi aventura, toca pasar el micrófono para hablar del día 3 y darle cierre a la última edición del Mad Cool, un festival tan madrileño y nuestro, que por mal que se hable de él, mucho se le critique y reniegue, cada año supera asistentes y nos tiene ahí, a pie del cañón.
Nota sobre el Día 3 (Sábado)
La jornada más masiva del festival supuso que el recinto de Villaverde estuviera en ocasiones colapsado, especialmente en la zona central de los baños. La llamada de Red Hot Chili Peppers y Liam Gallagher era demasiado potente y reunió a varios miles de personas. Los primeros ofrecieron un setlist en el que faltó alguno de sus clásiscos, eso sí, a nivel instrumental volvieron a demostrar que John Frusciante y Flea podrían hacer una jam session continua de dos horas sin despeinarse. El segundo, el de Manchester, repasó los hits de Oasis ataviado de un cortavientos que podría haberle dado problemas si una ola de calor hubiera asolado Madrid.
La traca final llegó de la mano de The Prodigy y Jamie xx. Sus conciertos coincidían, pero no hacía falta elegir: ambos fueron un acierto.